Barcelona no es una ciudad verde. Sus porcentajes de vegetación por habitante, que contribuyen a depurar el aire, están muy por debajo de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud. Para dar la talla mínima hay que contabilizar Montjuïc y Collserola. Su mayor parque urbano, la Ciutadella, es unas 20 veces menor que el Prater de Viena y 15 veces más pequeño que el Tiergarten berlinés, por citar uno que, como la Ciutadella, incluye un zoológico. La media de zona verde por barcelonés no alcanza los seis metros cuadrados, frente a los casi 27 de Vitoria o los 15 de Madrid. A cambio, tiene una de las mayores densidades de población y de tráfico de Europa. Una población que respira cada día verdadero veneno procedente, sobre todo, de los coches.

Hace un par de meses un estudio de la UB señalaba que en los distritos barceloneses de Ciutat Vella, Sants-Montjuïc, Les Corts y Horta-Guinardó la calidad del aire es especialmente mala. Ya en ese momento superaban todos los índices considerados insalubres por la OMS, índices rebajados ahora porque se sabe que aquéllos eran demasiado altos. El director de la OMS para la zona europea, Hans Henri Kluge, sostiene que el problema de la contaminación en las ciudades se ha convertido en uno de los más graves. “El aire puro debería ser un derecho humano fundamental y una condición necesaria para la salud y la productividad de las sociedades", defiende Kluge. En Barcelona sólo lo tienen los que viven en torno al observatorio Fabra.

Y si es como dice la OMS, pues habrá que ponerse a revisar la situación. Pero eso es algo que no hará la derecha, que antepone los beneficios a corto plazo a cualquier otra consideración. La Barcelona del futuro será verde o no será, y sólo será verde si la gobierna la izquierda. La derecha prefiere el gris cemento y el gris ahumado. ¿Cómo va a tomarse en serio la reducción del tráfico un empresario como Joan Canadell (JuntsxCat) dedicado al negocio del petróleo?

La gasolina no es el único problema barcelonés con la energía. En las ciudades europeas, el consumo energético de los edificios supone una media del 40% del total. En Barcelona, ese porcentaje asciende al 60%, según informes divulgados por Esquerra Verda. Tiene en ello mucho que ver que la calificación energética de las viviendas esté bajo mínimos debido, entre otros factores, a la voluntad de las constructoras de maximizar las ganancias. También contribuye el ruido del tráfico.

Hay muchas viviendas mal aisladas y peor ventiladas, como se puso de relieve durante el periodo de confinamiento, y las que podrían ventilarse lo hacen menos de lo necesario porque el ruido de coches, motos y furgonetas se conjura para impedir que las personas puedan abrir las ventanas y necesiten aire acondicionado en verano. Ni siquiera de noche es fácil descansar con las ventanas abiertas porque los servicios municipales de limpieza son cualquier cosa menos silenciosos y pueden despertar a media ciudad entre la media noche y las cuatro de la madrugada.

Barcelona se ha ido quedando sin industrias, lo que ha contribuido ligeramente a reducir la contaminación, pero los combustibles fósiles siguen siendo una amenaza. Una amenaza que, como ocurre con el tabaco, mata lentamente y no acaba de ser percibida como tal.

La pandemia ha dejado claro que los empresarios, puestos entre la espada de la reducción de beneficios y la pared de la prevención sanitaria, prefieren el dinero en mano. Incluso algunos sindicalistas han sucumbido a la tentación cortoplacista. Cuando se empezó a hablar de la limitación de los coches que funcionan con diesel y gasolina, los sindicatos de algunas compañías automovilísticas pusieron el grito en el cielo anunciando graves pérdidas de empleo, sin darse cuenta de que si siguen produciendo coches de ese tipo, que nadie comprará, acabarán todos en el paro.

Es evidente que los cambios necesarios chocarán contra quienes tienen intereses en mantener la situación actual contaminada y contra quienes niegan el cambio climático (Mariano Rajoy hace dos días). Pero gente rara ha habido siempre. Basta con recordar a George Anthony Dondero, congresista republicano por Michigan y autor de un libro titulado Por qué Lincoln llevaba barba. Estaba convencido de que la pintura moderna abstracta no sólo no era arte sino que, en realidad, los cuadros eran mensajes secretos que los artistas comunistas utilizaban para informar a Moscú sobre instalaciones militares en Estados Unidos. Y fue elegido. Claro que en Barcelona la gente también votó a Laura Borràs.