Hace ya algunos años, Carmen San Miguel, entonces concejal de Movilidad, proyectó reservar uno de los carriles del paseo de la Zona Franca para los autobuses. La línea 9 del metro ni existía y el barrio tenía muy mala comunicación con otras áreas de la ciudad. Topó con la oposición vecinal. El carril que hubiera utilizado el autobús estaba destinado en aquel momento a aparcamiento y los vecinos defendieron que aparcar era más importante que disponer de un transporte público más eficaz.

Ahora, el Ayuntamiento de Barcelona ha intervenido en esa avenida y ha modificado la situación preexistente, pero tampoco se ha atrevido a eliminar el aparcamiento. El resultado, en ambas direcciones, es el siguiente: la acera para los peatones, ni muy estrecha ni muy ancha. A su lado, un carril para bicicletas y vehículos similares. Un carril repartido entre el aparcamiento y espacios de carga y descarga. Un carril para el transporte público. Un carril para el resto de los vehículos a motor.

Así las cosas, los peatones (y las bicis y los patinetes) utilizan las aceras y quien quiera subir a un autobús tiene, por lo menos, que cruzar un carril bici y el del aparcamiento. Para facilitarle algo los movimientos se han puesto unas planchas de cemento prolongando las aceras en las paradas de autobús. El resultado es doble: los peatones cruzan el carril de las bicicletas y los ciclistas tienen un peralte en su trayecto que les dificulta no poco el paso. Así se reparte la incomodidad. Y el cabreo.

Los usuarios de los coches, tras aparcar, se apeen por donde se apeen, salen a un carril por donde pasan vehículos, no necesariamente despacio.

El carril para autobuses es escasamente eficaz. De hecho, ni siquiera ha sido separado del resto por una línea blanca ancha, como ocurre en otras vías de la ciudad. En su lugar hay una línea gruesa pero discontinua porque de lo contrario los vehículos no podrían  cruzarla para aparcar entre las bicicletas y los autobuses. El resultado es que el transporte público tiene que pararse una vez y otra para que aparque un coche o para que arranque un coche, o para que una furgoneta utilice o abandone la zona de carga y descarga. Claro que el conductor del autobús también puede optar por salirse de su carril, atascando aún más el del resto de vehículos. Como con frecuencia están parados, no le resulta difícil.

Los barceloneses se han vuelto, en general, un poco más civilizados que antaño, y así el concierto de bocinas es escaso. Pero los coches no se han civilizado en la misma medida y las emisiones de gases en la avenida superan con creces las del pasado cuando los vehículos podían circular por tres carriles (más uno para aparcamiento). Se trata de una vía que enlaza la ronda del Mig con la Zona Franca, donde se da una alta densidad industrial y de almacenes, lo que hace que sea muy frecuente el paso de vehículos alimentados por gasoil, es decir, más contaminantes, si cabe.

Las modificaciones del paseo en lo que a tráfico de vehículos se refiere reproducen una constante de este consistorio: reducir el espacio para los automóviles. Al mantenerse invariable el número de vehículos, se produce un incremento de la contaminación, del ruido y del tráfico denso y lento. Esta situación acostumbra a tener una consecuencia indirecta: aumenta el mal humor de los conductores y dispara los comportamientos agresivos al volante. Un hecho que no es culpa del Ayuntamiento de Barcelona, claro; se da en el conjunto de la naturaleza. Los etólogos descubrieron hace mucho tiempo que si se toma un número determinado de ratas y se les reduce el espacio, se dispara su agresividad. A los conductores les pasa lo mismo.

Seguramente es un problema haber mantenido el carril de aparcamiento, pero el coche es un elemento muy sensible. Hay gente que no sale a la calle a protestar cuando, como está ocurriendo ahora, se le reducen las prestaciones sanitarias, pero que se comportaría como cualquier CDR consentido y feroz si se tomara una medida que afectara a su coche. El filósofo inglés John Gray lo  ha visto muy claro: “Puede que los coches se inventaran originalmente para facilitar los viajes, pero pronto se convirtieron en objetos representativos de deseos prohibidos”, escribió, para añadir de inmediato: “¿Qué es más importante hoy: el uso de los coches como medios de transporte o su uso como expresiones de nuestras ansias inconscientes de libertad personal y sexual y de liberación final con una muerte repentina?” Pues eso, hay gente que, razonablemente, no está dispuesta a morir por la patria, pero desde luego que sí lo haría por su coche.