La fiesta de Todos los Santos es una de aquellas que, pese al paso de los años, sigue muy presente en el calendario de todos nosotros. Si bien es cierto que parece haber perdido el carácter severo de antaño, sigue siendo una fecha marcada de cierta melancolía. Más aún este 1 de noviembre, momento en que, con el aparente retroceso de la pandemia, parece podemos volver a nuestras tradiciones de siempre.
Hoy muchos visitaremos los cementerios de la ciudad para visitar a quienes nos dejaron hace tiempo como es tradición. Probablemente muchos acudiremos para despedirnos de nuevo de aquellos de los que no pudimos hacerlo, al menos no del modo en que nos hubiera gustado por causa de la pandemia. Y es que este último año ha estado muy marcado por la muerte, y por tanto debe estar marcado también por el recuerdo.
Es de justicia recordar y valorar lo que hicieron quienes nos precedieron. Porque como bien apuntaba este sábado en un interesante artículo mi amigo José María Asencio, los más afectados por esta pandemia han sido nuestros mayores, la generación a la que se lo debemos todo y a la que en muchos casos no agradecemos nada.
El país que vivimos es como es gracias a ellos. Y también lo es nuestra ciudad, Barcelona. Ciudad que se convirtió en vanguardia de España gracias al esfuerzo de miles y miles de personas que llegaron de otros puntos de España y que se encargaron de dinamizar y potenciar la vida de sus barrios.
Hoy quiero acordarme de todos aquellos vecinos y vecinas de la ciudad que tanto hicieron por Barcelona sin grandes proclamas ni aspavientos. Que se volcaban en los demás simplemente por amor a quienes tenían delante. A quienes lo pasaban un poquito peor que ellos. A quienes más les necesitaban pese a que ellos no estuvieran mucho mejor.
Quiero acordarme de gente como Fernando López Vergara, que consagró su vida probablemente sin ser muy consciente de ello a trabajar por su barrio y su gente sin pretender nada más que conseguir espacios en los que ser felices.
Quiero acordarme de cuando fundó el primer club de baseball de Barcelona, el Hércules de les Corts, porque conocía a niños que querían practicar ese deporte y no tenían donde. De cuando fundó el club de ajedrez “los alfils”, de cuando fundó y presidió el Club Deportivo Estrella Magoria, club de fútbol de barrio que consiguió cosechar éxitos importantes que pusieron a “La Magoria” en el escenario deportivo de la ciudad. Poca gente sabe que jugadores como Kubala, Kocsis o Czibor estuvieron entrenando en el campo del Magoria con los jugadores del Club Deportivo Estrella Magoria mientras esperaban a que se regularizara su situación política. El Magoria tenía en ese momento un entrenador húngaro, y fue allí donde encontraron refugio una temporada aquellos jugadores que huían del horror que se vivía en su país.
Quiero acordarme también de su hijo, portero del club y que acabó jugando en el RCD Espanyol gracias a la existencia de un club que le permitió entrenar y jugar en su barrio hasta saltar al club de sus sueños.
Quiero acordarme de todas las secciones que dinamizaba el Magoria. De su club ciclista, de su club de teatro, de su club excursionista.
Sin embargo, todo aquello que no se publica, todo aquello que no se documenta, corre el riesgo de verse alterado u olvidado por el paso del tiempo. Y eso es algo que no podemos permitirnos.
Historias como la de Fernando López, nos permiten un gran aprendizaje si somos capaces de leerlas con la humildad suficiente. Porque gente como él fueron capaces de dar más de lo que tenían, únicamente por generar comunidad. Dedicaron su tiempo, su esfuerzo y su dinero a mejorar su barrio. Y todo eso sin contar con un solo euro (pesetas en ese tiempo) de dinero público.
Debemos ser capaces de valorar los movimientos asociativos que nacieron en un momento en el que la situación global de los vecinos de la ciudad nada tenía que ver con la que vivimos a día de hoy. Hablamos de un asociacionismo que vivió y creció gracias al esfuerzo de los vecinos y vecinas que entendían su barrio como una verdadera comunidad. Una forma de funcionar que no solo merece ser recordada sino que merece ser replicada. Reflejo de una sociedad que, por más que desde nuestra pedantería actual veamos a veces como mucho más primaria que la nuestra, era en efecto una sociedad probablemente mucho más sensible y hermanada. Una sociedad muy diferente a la que se desprende de nuestro yoísmo militante. De nuestro individualismo atroz.
Barcelona necesita recordar la fuerza de los movimientos vecinales que ayudaron a configurar la ciudad en la que vivimos. Necesita reforzar su asociacionismo. Necesita volver a unirse. Necesita volver a articularse para seguir avanzando.
El 1 de noviembre es un día para recordar. Permitámonos recordar a esos héroes medio anónimos que han hecho tanto por nuestra ciudad.