En el año 1996, cuando se celebró en Barcelona el XIX Congreso de la Unión Internacional de arquitectos (UIA), el ponente general de este congreso, el arquitecto Ignasi de Solà Morales, aseguraba: Hoy es mañana. Bajo esta aseveración explicaba que el futuro de la ciudad no pasaba por las grandes ideas o por los inventos del profesor Franz de Copenhague, conocido por sus estrambóticos inventos del TBO, sino porque observando y mirando lo actual, estábamos ya en el futuro. Solà Morales nos hacía reflexionar en 1996 con la idea de que las ciudades no se construyen con inventos. Posiblemente, ahora más que nunca, toman relevancia sus palabras cuando estamos a las puertas de la celebración de uno de los acontecimientos más importantes de los profesionales de la arquitectura y el urbanismo, como es este congreso internacional de arquitectos. Un congreso donde se podrán deliberar cuales son las propuestas más adecuadas para la ciudad. Será una oportunidad que nos podrá indicar si las actuaciones urbanísticas que actualmente se están aplicando en nuestra ciudad son las más acertadas en la medida de que muchas de ellas se descontextualizan, y no se llegan a entender por sus ciudadanos.
La Unión Internacional de Arquitectos (UIA) es una asociación profesional que aglutina las federaciones de los profesionales de todo el mundo, con la voluntad de promover el debate y la discusión en la arquitectura. Celebra su congreso cada tres años y para el 2026 ha sido elegida la ciudad de Barcelona para este evento internacional. Un privilegio que puede situar a la ciudad como un centro cultural a la vista de todo el mundo, y puede servir como instrumento de referencia que posibilite una posible transformación y un cambio social que dibuje el marco donde se tendrán que diseñar las ciudades del futuro. Y esto representa una oportunidad para Barcelona, en todos los aspectos, mediáticos y de análisis urbanístico.
Sin embargo, bajo la perspectiva de que los ojos del mundo estarán puestos en la ciudad, algunos creemos que no podemos permitirnos la imagen que actualmente tiene Barcelona. Será, gracias a este evento, un escaparate y foco internacional para la ciudad. Y mucho tienen que cambiar las cosas para que la imagen que podamos mostrar de Barcelona, tan querida y admirada años atrás, no se vea empañada por el resultado de los últimos desatinos urbanísticos.
La planificación urbana de Barcelona desde Cerdà, hasta la gran transformación de los Juegos de 1992, ha representado siempre un ejemplo que seguir, y sobre todo en el momento actual, cuando surge el debate de la remodelación del Eixample de Cerdà. Es en este aspecto que vamos a tener una magnífica oportunidad para ver, si realmente o no, se debe rediseñar una planificación que ha sido un modelo urbanístico durante muchos años. Esta convocatoria internacional de la arquitectura puede contribuir a ello.
En primer lugar, para ser rigurosos, el acometer cualquier posible transformación del Eixample, dada su importancia, debe venir avalada por todos, desde partidos políticos, ciudadanos, comerciantes, etc. Y en segundo lugar, porque el Eixample ha representado un bien para los ciudadanos y se ha convertido en un valor añadido que ha caracterizado nuestra ciudad, como urbe moderna y con una planificación urbanística admirada en todo el mundo. Barcelona es el Eixample y el Eixample es Barcelona. Y conforma de una manera muy interiorizada el espíritu de nuestra ciudad. Cualquier tipo de remodelación o transformación debería surgir de una reflexión consensuada con todos sus habitantes, porque no consiste simplemente, como estamos viendo, en proponer ideas que en ocasiones no contribuyen a la mejora y el desarrollo de la ciudad.
Algunas propuestas urbanísticas, presentadas últimamente por el consistorio, nos dan a entender conceptos de ciudad que nos invitan a visualizarla bajo el criterio de una transformación meramente ideológica. Principalmente, porque cualquier modelo de ciudad se debería implementar bajo una perspectiva técnica y urbanística, basada en establecer una reflexión del paradigma del proyecto de Cerdà. Pues bien, en este momento Barcelona como capital de la arquitectura, tiene una oportunidad para ello.
Nuestra ciudad tendrá, en este supuesto, que demostrar una vez más que es capaz de lidiar con los tiempos actuales y futuros. Una ciudad que todos deseamos ser partícipe de ella, y que tiene que ser creativa y sostenible, y en la que todos estemos orgullosos de vivir en ella. Una autoestima que, desgraciadamente, estamos perdiendo, y que hace que desde fuera se nos vea como una ciudad sin un futuro urbanístico claro. Esto va en detrimento de todos aquellos que veían la ciudad como un moderno enclave europeo donde poder habitar y trabajar. En definitiva, una oportunidad para potenciar un futuro urbanístico de Barcelona como bandera de la modernidad, que sin lugar a dudas siempre ha tenido.