Barcelona y su área metropolitana tienen un problema con el transporte público: es insuficiente. En la ciudad, los movimientos con transporte público son relativamente fáciles, pero en la medida en que los barceloneses viven o trabajan en Cornellà, Mollet o Sabadell, es decir, en el Área Metropolitana, y los residentes en estas poblaciones acuden para lo que sea a Barcelona, las conexiones resultan un desastre con atascos en los accesos todos los días. También son malas las comunicaciones con el resto de Cataluña: desde la desembocadura del Ebro hasta el Pirineo, pero eso importa poco, dado el esfuerzo sistemático que el carlismo lleva a cabo para aislar la Barcelona real de la Cataluña rural. La que ve TV-3 y se la cree, aunque ya no acierta ni en las previsiones del tiempo.
La Barcelona Metropolitana ha tenido pocas inversiones en transporte público en los últimos tiempos y, muchas de ellas, mal hechas. El Gobierno catalán ha priorizado modernizar Ferrocarrils de la Generalitat, dejando de lado metro y Renfe, y sin añadir más que unos pocos kilómetros a las líneas, aunque hay promesas para hacer montones. Lo promete el mismo gobierno que, con el defraudador Pujol a la cabeza, programó hace décadas la línea 9 del metro que no se sabe cuándo se acabará, pero que ha permitido millones en adjudicaciones sospechosas de amaños.
Esa línea 9 es un ejemplo de pésima inversión en su tramo central. Enlaza con las líneas radiales, pero ni uno solo de los estudios indica que aporte más pasaje al conjunto del transporte urbano. Puestos a enlazar, hubiera sido más práctico hacer una especie de Cercanías con estaciones sólo en los puntos de conexión con el resto de líneas, pero claro, eso no permitía prometer nuevos servicios que, de momento, apenas si existen en el papel. ¿Coste? Millones. Y lo que te rondaré morena.
Las administraciones públicas discuten con pasión sobre el traspaso de Cercanías y la ampliación del aeropuerto, que también debería ser traspasado, en opinión de Junts, un partido que es incapaz de gestionar las competencias que ya tiene. Ejemplo, las de Sanidad. Desde hace meses, ir a un CAP en Barcelona resulta tan difícil como conseguir que Joan Laporta diga una verdad. Y lo mismo ocurre con las competencias educativas: miles de alumnos se han quedado sin plaza en FP por falta de previsión gubernamental. Quizás un día la ciudadanía empiece a pensar que no importa quien gestione las competencias si los servicios funcionan.
Hace poco que Renfe anunció nuevos enlaces ferroviarios de Barcelona con ciudades europeas, entre ellas Marsella y Nimes. Poco es, pero menos es nada, a la espera de ese 2024 (¡cuán largo me lo fiáis!) en el que se retomarán los trenes nocturnos en Europa. Mientras Aragonès y Colau discuten sobre cómo debe ser el aeropuerto, los ciudadanos podrán moverse mejor (y más ecológicamente) con esas conexiones. No estaría de más que, además de pedir las competencias, los dirigentes políticos locales exigieran que los servicios funcionaran. Aunque da la impresión de que no quieren que funcionen para poder luego pedir el traspaso aduciendo que ellos lo harán mejor. Y no está claro que sea así.
Es historia, pero el Eixample de Cerdà, del que tanto presume Barcelona, no fue el plan aprobado por el Ayuntamiento barcelonés sino el impuesto por el gobierno central. La desgracias en los interiores de manzana sí las permtieron gobiernos locales.
Hoy, mientras que Ada Colau se desgañita con razón contra los vuelos de proximidad, porque son un atentado contra el medio ambiente, Renfe hace algo más práctico: compite con ellos en eficacia y prestaciones. Iberia puede intentar reponer el puente aéreo, pero sólo lo conseguirá si el AVE se lo permite. Con las mismas: ¿quién va a volar de Barcelona a Marsella o a Valencia?
Y cuando alguien quiere ir de un sitio a otro, quién gestione la línea de metro, tren, autobús o avión le trae sin cuidado de forma que, de momento, sería mejor aparcar cualquier traspaso, que siempre comporta un coste añadido. Lo que el usuario que paga el déficit quiere es que el servicio prestado sea eficaz y barato. La titularidad de la gestión sólo interesa a quien tiene amigos que colocar. Sobre todo si son un poco inútiles para conseguir trabajo por cuenta propia. ¿Nombres? No hay espacio suficiente. Pero las listas de diputados incluyen un montón. Algunos incluso han sido consejeros sin saber hilvanar una frase correctamente.