Ambición y tener claro qué se quiere ser. Ese es el reto de Barcelona, una ciudad que presenta unos buenos datos económicos que constatan la recuperación tras el parón por la pandemia, pero que no alejan la percepción de que se ha entrado en una fase de decadencia. Hay muchos factores que explican esa sensación. El principal, tal vez, es la falta de liderazgo en el gobierno municipal para concitar complicidades con el sector privado a través de proyectos sólidos que transmitan certidumbres en los vecinos y vecinas de la ciudad. Sin embargo, lo más importante es saber comunicar qué se quiere y, a partir de esa aseveración, pasar cuentas con los que puedan ayudar y no lo hacen.

¿En qué sentido? Una de las ideas-fuerza que se ha verbalizado desde la ciudad y desde algunas instancias, como el Círculo de Economía, es la que hace referencia a la bicapitalidad de Barcelona. Eso implica una apuesta clara, determinada, sin complejos, por una España con dos polos económicos y culturales en pie de igualdad. Se puede decir que Barcelona es la capital de Cataluña, claro, pero para constituirse como la segunda urbe de un país bien conectado con el mundo y con una enorme influencia cultural –aunque los independentistas lo nieguen.

La alcaldesa Ada Colau y el primer teniente de alcalde, Jaume Collboni, han destacado la partida de 20 millones de euros, fijada en el presupuesto del Estado para 2021, que se orienta, precisamente, a la “bicapitalidad” de Barcelona, con recursos para las distintas instituciones culturales de la ciudad. Es relevante ese paso, con la idea de recuperar el terreno perdido en los últimos años, pero la ambición debe ser mucho mayor. Y eso pasa también por la interiorización, por parte de los distintos gobiernos centrales –sean del PSOE o del PP—de que Barcelona es ahora mucho más importante para el conjunto de España que para la propia Cataluña. ¿Se lo creen de verdad las cúpulas de los dirigentes de los dos partidos de ámbito nacional?

Porque ha sucedido en el último decenio todo lo contrario. Hay políticos independentistas que insisten en que el único gran proyecto que ha tenido el Estado en los últimos años es el de lograr que Madrid sea una gran urbe internacional, un polo económico mundial que irradie todo su poder, con sus conexiones directas desde Barajas con las principales capitales, especialmente con América Latina. Y, si se miran las partidas presupuestarias y las ayudas a los principales equipamientos culturales, se deberá admitir que esos independentistas tienen razón.

El argumento que surge de inmediato es que si en Cataluña se había apostado por un proceso de separación, entonces, ¿para qué invertir en una ciudad como Barcelona?

Y ese es el error, que alimenta a dos proyectos diametralmente distintos, en Madrid y en Barcelona. España tiene una enorme ventaja respecto a otros países en Europa. Cuenta con Madrid y Barcelona, que aportan, entre los dos territorios –junto al resto de la Comunidad de Madrid y Cataluña—hasta cerca del 40% del PIB. En el Reino Unido, solo el Gran Londres aporta el 35% del PIB, un porcentaje similar al de París respecto al conjunto de Francia. En España, en cambio, hay dos grandes centros, no solo uno. Pero las principales instituciones culturales en Barcelona se han dejado de lado.

Entre 2010 y 2020, la aportación de la administración central a las instituciones catalanas –la mayoría de ellas en Barcelona—ha pasado de 39 millones a 15 millones. La Biblioteca Provincial de Barcelona –es verdad que los nacionalistas la retrasaron cuando se descubrieron los restos de la ciudad de 1714 en el Born—sigue sin partidas presupuestarias claras, y, aunque ya se ha decidido comenzar las obras, la finalización queda para unos cuantos años. 

En el caso del Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) –que debería ser una de las joyas de la corona ‘española’—la administración central ha dejado de transferir desde 2012 cerca de 8,5 millones de euros. Y esa administración central tiene representación en el patronato. Lo mismo sucede en otros museos, incluso en el Liceu, aunque en este caso se van cumpliendo los mínimos. Pero no hay una visión expansiva, de claridad para que todos esos equipamientos puedan alzar el vuelo con garantías.

La partida de 20 millones, que ha incorporado el ministro de Cultura, Miquel Iceta, para cumplir con esa “bicapitalidad”, puede ser un gesto, pero la apuesta real se deberá demostrar a lo largo de los próximos años, con partidas generosas, con una narrativa precisa y clara. ¿Qué mejor mensaje político inclusivo se puede ofrecer tras destacar toda la potencia del MNAC, el Museu ‘Nacional’ d’Art de Catalunya?

Es el momento para reflejar sin ambages que en España hay dos grandes capitales, Madrid y Barcelona, que es, no nos olvidemos --¿hasta cuándo?—la gran capital de la edición en lengua castellana.