Este fin de semana Barcelona vive un episodio de alta contaminación atmosférica. La respuesta de las autoridades municipales ha sido contundente: se recomienda al personal que evite utilizar el vehículo privado. Avisado está. Mal asunto éste de las recomendaciones que no sirven para nada. Durante el franquismo y el pujolismo, una recomendación sí servía. A veces para conseguir un puesto de trabajo y otras, un piso de alquiler de los de La Caixa. A un hijo de Jordi Pujol, vaya por Dios, le tocó uno.
El Ayuntamiento ha hecho con la contaminación, justo es decirlo, lo mismo que el gobierno de la Generalitat hace con la pandemia: lavarse las manos y limitarse a dar consejos de manual de urbanidad antiguo. Hasta el viernes no tomó una sola medida y la que tomó, confinar a los contactos, no se puede comprobar si se ejecuta. También el Ejecutivo central (y un montón de los autonómicos) se dedica a recomendar y dar consejos. Todo antes que tomar decisiones y responsabilizarse de las mismas, que está muy mal visto.
Esta dejación de funciones es casi universal. Los dirigentes parecen más atentos a no irritar a los votantes que a hacer lo que debieran. Por eso se dedican a aconsejar, asesorar, recomendar y ponderar. Es cierto que en materia de interés personal, cada uno es un buen juez para sí mismo, pero el problema es que hay decisiones individuales que afectan al resto de individuos, derechos que colisionan. Por ejemplo, sacar el coche a la calle en episodios de alta contaminación. Por ejemplo, pasearse por el mundo sin vacunarse y sin mascarilla. En el primer caso son el resto de ciudadanos, incluidos los que dejan el coche en casa, los que respiran la porquería venenosa. En el segundo, son otras personas las que corren el riesgo de contagiarse y contagiar a otros extendiendo la epidemia en el espacio y en el tiempo.
Se suponía que la función de las autoridades era garantizar los derechos de la población cuando se hallan amenazados. Si la cosa va de que cada uno haga de su capa un sayo, entonces las autoridades sobran.
En lo relativo a la pandemia, todas las autoridades llevan semanas alertando de la expansión del virus y de la necesidad de tomar medidas. Medidas que, dicen, se tomarán siempre más adelante. ¿Por qué? Se supone que los diversos organismos disponen de más información que el ciudadano corriente; de ahí que estén más capacitados para tomar decisiones en su nombre.
Hay que hacer, sin embargo, una excepción: Isabel Díaz Ayuso. Ella no tiene más información, según se aprecia en sus intervenciones, y sólo parece capacitada por el desplante. Debe de servir para algo porque Pablo Casado la imita, aunque se nota que es copia.
Hay en todo esto dos factores políticamente relevantes. El primero, la alergia, sobre todo de la izquierda, a ejercer la autoridad; el segundo, una crisis del sistema de representación política.
La democracia española es representativa. Esto significa que se elige a una serie de cargos (concejales, alcaldes, diputados) para que tomen decisiones por todos ante la imposibilidad de que todos tengan toda la información. Pero desde hace ya tiempo, cuando hay que decidir se dedican a “consultar a las bases”. O sea: escurren el bulto para que no se les exijan responsabilidades. Si las cosas salen mal, la culpa será de esas malditas bases que votan a tontas y a locas o de la ciudadanía, que no sigue las recomendaciones. Empezaron los de Podemos y luego la farsa se extendió por todas partes llegando al esperpento de la CUP en el que, como nadie quería mojarse, se fingió que el resultado de las votaciones era un empate estadísticamente improbable.
Por centrar la cosa en el Ayuntamiento de Barcelona. Es posible que no esté en sus manos inmovilizar vehículos en un episodio de contaminación grave, pero hay algo que sí podría intentar: reducir la indisciplina viaria. Si puede movilizar a la Guardia Urbana por un partido de fútbol, ¿por qué no en una situación que amenaza a la salud de los ciudadanos?
Buena parte de la contaminación se debe a que los vehículos emplean el triple del tiempo necesario para realizar un recorrido y es así porque las esquinas están llenas de coches y furgonetas y camiones mal aparcados, porque las calles están ocupadas por vehículos en doble y hasta en triple fila y porque urbanos y mossos, cuando pasan, lo hacen en coche y sin pararse. Deben de tener ¿siempre? otros asuntos que solventar.
Y a la ciudadanía no le cabe ni siquiera el recurso de respirar profundamente y relajarse. Porque respirar el aire contaminado mata y morirse es poco relajante.