El candidato o candidata que sólidamente devuelva la alegría a Barcelona ganará las elecciones.
La ciudad ha empeorado en el último año, manifiestan dos de cada tres personas en el reciente barómetro municipal. La actual alcaldesa, Ada Colau, obtiene su peor valoración, tanto personal como al frente de su gestión, incluso entre los suyos. Aunque, ciertamente, los datos arrojan que su grupo, Barcelona en Comú, podría ganar las próximas elecciones, algunos ven en esas cifras el efecto Yolanda Díaz, a la cual, en los días de la recogida de datos, la edil barcelonesa se abrazaba por doquier.
Inseguridad rima con suciedad, los dos grandes problemas que la población espontáneamente destaca. Una Barcelona gris, dónde cuesta desplazarse, una localidad que parece querer ser una suma de barrios, alejada del espíritu de gran capital, que hasta hace muy poco fuera el orgullo de todos. ¿Acaso las desigualdades sociales y personales han ido a menos o justo lo contrario? ¿Dónde quedan la alegría social y personal, la alegría económica, el mirar hacia adelante con optimismo y solidez, el entrelazar tradición con innovación y modernidad? La gestión de Colau, consigue aunar en su contra sensibilidades tan distintas como las que apoyan la creación del Museo Hermitage, la ampliación del aeropuerto del Prat o las que se preguntan, estupefactas, cómo se va a resolver la circulación, una vez la Vía Laietana se restrinja al tráfico privado. La mayoría de los votantes no van en patinete.
Por otra parte, ¿puede al frente d’ERC Ernest Maragall --que ganó las últimas elecciones y perdió la alcaldía-- ser el próximo alcalde de Barcelona? Francamente, es difícil, aun con el empuje mantenido de su partido. Maragall tiene el apellido, el de la Barcelona olímpica, la que se puso guapa y el mundo aplaudió, pero es el hombre que se traga el sapo de su deseada oposición, obligado a facilitar la vida y los presupuestos a Colau por los acuerdos de Pere Aragonés con los comunes, o los de Gabriel Rufián con Pedro Sánchez. Maragall es el único líder político municipal al que la población aprueba, pero los acuerdos de su actual partido le suponen un lastre: escaso margen le queda para diferenciarse.
Dejamos de lado a Elsa Artadi, por JuntsxCat, que lejos estaba y está de las posiciones de liderazgo, aunque sus apoyos en función de la evolución de los pactos aquí y allá puedan ser relevantes. Realmente por lo que uno se pregunta es por la posición del PSC en el Ayuntamiento de Barcelona. Una vez que Salvador Illa consiguiera obtener el mejor resultado en las elecciones en el Parlament y se estuviera fraguando una imagen de presidenciable sosegado en Cataluña, ¿realmente los socialistas quieren recuperar la alcaldía de Barcelona?
El edil socialista, Jaume Collboni, ocupa el tercer lugar en la disputa. Pero es sorprendente su baja notoriedad: un tercio de la población no le conoce. Entre sus propios votantes, las cifras tampoco son mucho más alegres. ¿Ha pensado Collboni en pisar menos el despacho y más la ciudad? ¿Con cuántos barceloneses y barcelonesas anónimos habla cada semana? ¿Cree de verdad el primer teniente de alcaldía que podrá fraguarse una imagen propia y diferenciada de Colau si el 2023 le pilla cogobernando con ella? ¿En el último momento, podría ser Salvador Illa el candidato, aunque se niegue --como ya hizo ante las elecciones catalanas-- hasta el suspiro anterior?
Hubo un tiempo, cuando viajábamos libremente, que, al aterrizar en Nueva York respondías que venías de Barcelona, al taxista o al vendedor de hot dogs se le iluminaba la cara: Barcelona era la más deseada. Nuestra ciudad, la capital de Cataluña, necesita hoy empuje y liderazgo. Trabajar con equidad y visión. Remontar y salir a ganar. Por las personas y por la ciudad. Quien sea capaz de alejar la tristeza de los vuelos rasantes y se alce a aunar una ciudad única, con el pecho abierto de la ambición conjugada con la solidaridad, reitero, ganará las elecciones. Estamos deseando que vuelva la alegría.