Ada Colau no sale del despacho. Para desesperación de su amigo y asesor de comunicación, la alcaldesa teme salir a la calle por miedo a que la silben y abucheen. Cada día caen de su agenda actos, citas y compromisos a causa de la agorafobia. “Fobia a los espacios abiertos, como plazas, avenidas, campo…”, según la RAE. “Temor obsesivo ante los espacios abiertos o descubiertos que puede constituir una enfermedad”. Y “tipo de trastorno de ansiedad en el que tienes miedo a los lugares o las situaciones que podrían causarte pánico y hacerte sentir atrapado, indefenso o avergonzado, por lo que evitas este tipo de lugares o situaciones”, según el Oxford Languages. Esto explicaría la escasa presencia pública de la alcaldesa desde hace meses, su ausencia a actos, su alejamiento de las cámaras que tanto le gustan, su desconfianza hasta de sus propios equipos de comunicación, la ristra de despidos improcedentes a pesar de que entre ellos había amigas y amigos personales. Sin agradecerles, siquiera, los prestigios prestados y justificándolo con un “cambio de estrategia” que no les explicó ni detalló.
Su última fotografía oficial ha sido la de una reunión con su subordinado Albert Batlle, el jefe de la Guàrdia Urbana y el nuevo jefe de los Mossos d’Esquadra. Algo que encaja con la ansiedad y el miedo a salir sola de casa y a usar transportes públicos como autobuses, aviones o trenes. Se trata de una angustia desproporcionada con respecto a algún peligro real o imaginario que se vería aliviada en un encuentro con policías, a pesar de su nula simpatía a los cuerpos de seguridad. Es una autodefensa que, en estos casos, consiste en evitar reuniones sociales, de trabajo y otros ámbitos de su cargo. Cosa que explicaría alguno de sus dilatados silencios y más largas vacaciones. Coincide con que la agorafobia puede limitar en gran medida la capacidad de socializar, trabajar, asistir a eventos importantes y afectar a detalles de la vida cotidiana.
La creciente soledad y aislamiento de Colau preocupa desde sus colaboradoras/es del mismo partido hasta a sus amistades personales, ya que va prescindiendo de ellas sin escrúpulo alguno con su carácter obsesivo por inseguro, nervioso y a veces hasta colérico. Baste con recordar sus gritos a Pablo Iglesias en el Ayuntamiento, su ruptura de la amistad con Janet Sanz y con cada vez más víctimas en el armario y en la cuneta de su carrera política. Enredada en su sarta de mentiras, en sus fracasos de gestión, en su falta de credibilidad, en las pésimas notas que le otorga la ciudadanía, en la suma de ridículos relacionados con la cultura, la historia y el urbanismo, en su falta de preparación y de formación, y en su presunta inteligencia, afloran sus contradicciones ideológicas. Si es que alguna vez tuvo alguna ideología, ya que la de izquierda la ha dejado maltrecha y descartada.
Su triste situación actual debe de ser muy dura y sufrida para ella, porque la arrogancia propia de todo despotismo necesita mucha vida publica. Pero pronto la tendrá cuando vaya a declarar ante la Justicia por los presuntos delitos de prevaricación, fraude en la contratación, malversación de caudales públicos, tráfico de influencias y negociaciones prohibidas. Con o sin pitos y abucheos en la entrada y salida de los juzgados. Una posible terapia contra sus miedos y fobias podría ser dimitir y esconderse en su casa. La otra, traicionar de nuevo el código ético de su partido. Vileza que ni las/os de su banda no aplaudirían aunque se haga la víctima y suelte alguna lagrimita teatral.