El Ayuntamiento  de Barcelona ha anunciado su intención de instalar más radares en la ciudad con el objetivo de lograr que los conductores de vehículos a motor reduzcan la velocidad. Todos los estudios hechos hasta el momento describen una relación directa entre la velocidad y la gravedad de las heridas en caso de colisión o atropello. Sin embargo, el RACC ha puesto el grito en el cielo ya que, opinan sus responsables, no hay razones para una medida así, como lo demuestra el dato de que los accidentes hayan descendido en el pasado año. Y tienen razón. Los accidentes descendieron en 2021, año en el que la pandemia redujo la movilidad de forma considerable. También en 2020 y por motivos similares. Pero obsérvense todos los datos facilitados por el consistorio. A falta de cifras definitivas para el pasado año, en el 2019 se registraron en la ciudad 347.173 infracciones debidas a exceso de velocidad. Al año siguiente, con mucho menos tráfico, la Guardia Urbana de Barcelona detectó 604.104 casos en los que los vehículos superaron los límites permitidos. Un dato que casa con la preocupación expresada esta misma semana por los Mossos que dicen haber detectado que, tras los confinamientos, los conductores parecen conducir de una forma mucho más alocada.

Entre las causas de la llamada “accidentalidad”, que en la mayoría de los casos coincide con infracciones de tráfico, es decir, conductas escasamente cívicas, figura el exceso de velocidad.

A todo esto convendría añadir un hecho que no parece refutable: no es obligatorio correr más de la cuenta, de modo que si alguien recibe una multa por superar la norma, él es el único responsable. Con el añadido de que lo hace porque le da la gana y a sabiendas de que pone en peligro la integridad física de otras personas. Si no lo sabe, no debería tener un permiso de conducir.

Hace algunos años, el RACC organizó una jornada para periodistas en el circuito de Montmeló. Se trataba de hacerles conducir por el mismo trayecto, en el que se habían colocado algunos obstáculos perfectamente salvables. En un caso el conductor sólo estaba atento a la conducción, en el segundo se le añadía la radio, en el tercero utilizaba el teléfono móvil y en el cuarto móvil y radio. Ni que decir tiene que los resultados eran espectaculares y podían convencer a casi cualquiera del peligro que representa el móvil e incluso la radio.

Al terminar la prueba, uno de los periodistas comentó la conveniencia de dedicar una jornada a la  velocidad. Para su sorpresa, uno de los empleados del RACC le reconoció que, con frecuencia, en autopista, no tenía problemas en apretar el acelerador por encima de lo permitido; después de todo, el límite es arbitrario, como lo demuestra que varíe de un país a otro. Era evidente que no había tenido en cuenta lo innecesario de correr más de la cuenta. En fin, como ambos iban hacia Barcelona se citaron a la entrada de la ciudad para comprobar cuánto tiempo ganaba el infractor sobre un conductor que respetase las normas. En los apenas 30 kilómetros que hay de Montmeló hasta la Meridiana, el tiempo ganado no alcanzó los dos minutos. Dos minutos que comportaban un incremento de los riesgos propios y ajenos y un aumento notable del consumo de combustible. Son datos de los que debería disponer la asociación automovilística. Y ya de paso, estaría bien que en vez de actuar gremialmente apoyara cualquier medida que redunde en un aumento de la seguridad. La limitación de velocidad, lo hace.

El problema es que hay mucho Aznar suelto. Aznar, ya se sabe, no quería que nadie le dijera cuánto debía beber antes de ponerse al volante ni tampoco a qué velocidad circular. Los aznares del mundo lo saben todo, incluso que en Irak había armas de destrucción masiva. Además están convencidos, como Boris Johnson (ambos comparten la misma ideología política) de que las leyes están hechas para el común de los mortales, no para ellos que pertenecen al Olimpo. En realidad son nietzscheanos de oídas, convencidos de que las leyes están hechas para defender a las masas desvalidas del superhombre, que son ellos. Pero no es así: las leyes limitan el poder del poderoso, porque los más débiles, poderes tienen pocos, aunque algunos se sientan absurdamente poderosos cuando conducen un vehículo. Pero eso es ya un tema digno de Freud. Y con lo poco valorado que está ahora el psicoanálisis, mejor no profundizar en ello.

Eso sí, vale la pena insistir: correr no es necesario.

En un cuento árabe se contaba la historia de un visir enfermo al que los médicos dijeron que se curaría si se ponía la camisa de un hombre feliz. Buscó por todos los rincones un hombre así y, cuando lo encontró, descubrió que no tenía camisa. Hoy, el cuento tendría otro final: el hombre feliz tampoco tendría prisa y no necesitaría ir siempre corriendo.