Las grandes ciudades europeas esperan la primavera. En Barcelona, con especial ansiedad. Los hoteles no se han recuperado, porque el turismo urbano se ha resentido más que el turismo de interior. Con la pandemia del Covid, los respiros que han podido tener los ciudadanos se han dedicado a la montaña, a los refugios rurales. Pero la situación ha comenzado a cambiar, y por las calles más céntricas de Barcelona se nota ya el ambiente internacional, las maletas con ruedas y las terrazas animadas, con conversaciones que denotan un nuevo estado de ánimo, junto a refrescantes cervezas.

Aunque es pronto para aventurar que las cosas volverán a ser como antes –y si ocurre habrá que analizar si es realmente lo que necesita Barcelona y cómo se puede gestionar un turismo tan importante—lo que no ha cambiado es la singular oferta en las tiendas de souvenirs. En los últimos días prolifera, junto a las camisetas sobre la serie La casa de papel, el rostro de Pablo Escobar, el narcotraficante colombiano, célebre en los últimos años por la serie Narcos de la plataforma Netflix.

Su presencia en Barcelona no puede quedar en una anécdota. ¿Qué se busca con esas camisetas? ¿Qué reclama un turista europeo o norteamericano o asiático que se pasea por las calles del barrio gótico de la ciudad? No es un capricho preguntarse por esa cuestión. Nos interpela como ciudadanos. ¿Se da a entender que, por ser hispano, Pablo Escobar conecta con Barcelona? ¿Se ofrece esa camiseta porque está moda?

El nacionalismo catalán reaccionó en su momento en contra de esas prácticas comerciales, que, por otro lado, son totalmente respetables. Una tienda puede poner en el mercado lo que considere, --siempre que sea legal—y si hay camisetas de Pablo Escobar será porque se venden. El exconsejero de Comercio y Turismo, el republicano Josep Huguet, pedía en 2006 sancionar a los comerciantes que no retiraran los artículos que no tuvieran relación con Cataluña en la zona de las Ramblas y en la Sagrada Família. Lo que se pretendía era “impulsar la artesanía catalana”, con productos que sí se pudieran identificar con el territorio que pisa el turista.

Pero existe la oferta y la demanda, y la libertad de comercio. En cualquier caso, uno no espera en su ciudad que se vendan ni camisetas de Pablo Escobar ni sombreros mejicanos. Al menos, no como souvenirs de Barcelona. A no ser que consideremos que da igual donde podamos viajar. Lo que cuenta es un estado de ánimo, relajado, con tiempo libre por delante, que nos permita pasear, comprar ‘cosas’ que nos llamen la atención, comer y beber lo que nos guste en ese momento –sea propio o no de la ciudad o del país—y adquirir esa camiseta de un ‘malo’ como Pablo Escobar. ¡Que gracia!

El fenómeno es general, va más allá de nuestras preocupaciones por el colombiano Escobar. El turista quiere ver un entorno urbano similar, con los productos mundiales a su alcance. Y bien puede comprar esa camiseta de La casa de papel –una serie producida por Netflix, pero ideada y protagonizada por actores y actrices españoles—como una camiseta del Barça o una sobre cualquier serie mundial del momento.

El filósofo Byung-Chul Han señala que los ciudadanos modernos no aceptan las diferencias. Lo explica en su libro La Sociedad del Cansancio. No queremos que nos abrumen sobre las singularidades de esa o de aquella otra ciudad. Tenemos un tiempo limitado, hemos podido viajar, tenemos dos o tres días por delante y queremos disfrutar con lo que nos gusta en cada momento. No hay más. No hay más preguntas trascendentales. Y podemos decir que hemos estado paseando por Barcelona, o Milán o Madrid, o Praga y nos compramos las camisetas que nos dé la gana. Y bebemos, prácticamente, las mismas cervezas.

El consejero Huguet desistió de su intento. Quería racionalizar ese turismo que busca ‘recuerdos’ y crear, al mismo tiempo, una cierta industria local. Recibió numerosas críticas, porque los nuevos tiempos no respetan viejos sueños comunitaristas.

Pese a todo, ¿qué pinta Pablo Escobar en Barcelona?