El año pasado se registraron en Barcelona 790 denuncias por agresiones y abusos sexuales, según las estadísticas de los Mossos d’Equadra y la Guardia Urbana. Según las del Ministerio del Interior, el 8 de diciembre del 2021, la cifra de “agresiones sexuales con penetración” fue de 320. Las cifras de los cuerpos policiales barceloneses se facilitan en porcentajes: “Barcelona termina el 2021 con un 10% más de hechos delictivos que en 2020 y un 35% menos que en 2019”. Porque los porcentajes son menos escalofriantes que las cifras totales. Por ejemplo: “los hurtos son el delito más denunciado en la capital catalana, representando un 43% del total de hechos registrados”. Sin embargo, la cifra de hurtos que aporta el Ministerio del Interior suma 163.664 casos. Los robos con violencia e intimidación, 25.127. Los robos con fuerza a domicilios, establecimientos e instalaciones, 15.957. Homicidios y asesinatos, 30. Según la misma fuente, con 91.434 infracciones penales Barcelona ostenta el liderazgo delictivo de España por delante de Valencia y Madrid. En ambos balances hay además un 80% de casos que no se denuncian por miedo, vergüenza o sentimiento de  culpabilidad. 

Si se observa que el 30% de los delitos contra la libertad sexual son en el ámbito de la pareja, el fracaso de la ciudad feminista que proclama Ada Colau es total. Tantas mujeres agredidas y violadas indica que sus onerosas campañas propagandísticas y chiringuitos para prevenir la violencia machista no han servido para frenar la escalada criminal. Este hecho plantea la clásica duda racional sobre si publicitar, “visibilizar” y hablar tanto de un problema provoca el efecto contrario, como ha ocurrido con campañas sobre  las drogas o el alcohol, entre otras. Hay psiquiatras y expertos en comunicación que aconsejan lo contrario, que no es ocultar estos problemas, sino que insistir tanto en ellos puede provocar el efecto contrario, la imitación o incluso modas, como en el caso del suicidio, la depresión, las manadas o las bandas juveniles, por ejemplo. A quienes sostienen esta segunda opinión, se les descalifica y se les llama retrógrados, censores o fascistas, según la engañosa percepción de la alcaldesa como en el asunto de la suciedad. 

Los supuestos progresismos, las podemitas y la colauAda topan otra vez con la realidad, que no suele coincidir con sus ideas, delirios, fantasías y manipulaciones. A pesar de sus fracasos por negar lo que es evidente, científico y razonable, reinciden en sus errores y mentiras porque tienen muchos enchufados que viven y comen de entidades, asociaciones, clubs, observatorios y chiringos subvencionados y patrocinados por el Ayuntamiento y concejalías como la de Feminismos y LGTBI.  Quede claro que no es culpa del feminismo ni de las mujeres victimizadas, sino de los asesinos y psicópatas, ya sean de nacimiento o latentes, que se disparan ante tanta publicidad y tanta presión ambiental sobre violencia sexual.

Son argumentos que podrían debatirse civilizadamente para bien de la ciudadanía y de la seguridad, pero es imposible hacerlo a causa de la cerrazón mental y el monopolio de la verdad que se otorga la banda de la alcaldesa. Sin olvidar su malsana fobia a la policía, incluso cuando hay más agentes femeninas que nunca. La mayoría son profesionales que no sienten ninguna simpatía por Colau y su total ignorancia en asuntos de seguridad. Y así lidera su Barcelona sin ley.