Barcelona, como cualquier ciudad moderna del mundo, se mueve a caballo entre las percepciones y realidades. En este baile entre ambos actores, juegan un papel fundamental los relatos. Los de unos y los de otros. Los que tratan de generar una percepción determinada y quienes tratan de generar la contraria. Este combate se libra por detrás. Nadie sale en televisión diciendo: “los datos son estos, pero voy a tratar de dibujaros una realidad que no existe”. Sin embargo, las exageraciones son siempre recursos fáciles para ser utilizados y consumidos por aquellos que no tienen interés ni tiempo de contrastar constantemente todo lo que se les cuenta. Los impactos son tantos y el tiempo para la reflexión tan escaso, que lo más común es acabar confirmando nuestros propios sesgos. Si tengo interés en creer una cosa, la creeré sin más. Haya más o menos evidencias. Con escuchar un razonamiento medio lógico, normalmente tenemos suficiente para confirmar un sesgo.

Nuestra ciudad, por tanto, se mueve entre realidades, percepciones y lecturas interesadas. Y no tenemos tiempo de confirmarlo todo. Evidentemente, la realidad propia de cada uno de nosotros determina en gran medida la forma en que percibimos la ciudad, pero para hacer juicios globales debemos ser capaces de abstraernos. O al menos intentarlo. Si mi realidad económica y familiar es un desastre es difícil que perciba la ciudad como un lugar de éxito. Si mi realidad es maravillosa, con mucha probabilidad consideraré que mi ciudad es la mejor del mundo.

En Barcelona se ha instalado desde hace tiempo el relato de la decadencia. Pero, ¿podemos afirmar que Barcelona está en decadencia? Ante esa afirmación surgen muchas preguntas. Muchas dudas. Al menos en mi caso. La más relevante es: cuando la gente (o los medios) realizan esa afirmación, ¿lo hacen aportando evidencias suficientes como para llegar a esa generalización?

Habitualmente, en las clases de debate que llevo ya una década impartiendo en universidades de toda España suelo explicar que, la diferencia entre opinión y argumentación reside en los razonamientos y las evidencias aportadas. Una argumentación es un tránsito que va de una premisa o punto de partida a una conclusión aportando razonamientos y evidencias. Todo lo que no sea eso, es una mera opinión. A mí las opiniones me interesan relativamente poco, más aún cuando estas se construyen en base a intereses muy concretos (legítimos, sin duda), pero intereses al fin y al cabo.

La semana pasada se presentaron una serie de datos que nos pueden hacer reflexionar. Las siguientes líneas serán solo útiles para quienes tengan ganas de cuestionarse incluso sus propios apriorismos.

Según presentó el teniente de alcalde Jaume Collboni, Barcelona es la ciudad española que mejor está saliendo de la pandemia. Hemos sido la ciudad con mayor creación de ocupación durante el 2021, y tenemos los mejores datos de paro de los últimos 15 años. De hecho, la ciudad, cuenta ahora con datos comparables a los de antes de la crisis financiera del 2008. Crisis que parecía éramos incapaces de terminar de superar.

Además, la economía de nuestra ciudad está cambiando a pasos agigantados. Somos la séptima ciudad europea en atracción de inversiones tecnológicas. Y esas inversiones significan más y mejor trabajo para gente de la ciudad. Es algo así como lo que ha pasado estos días en el Mobile World Congress, pero a lo grande y sostenido en el tiempo. El MWC tiene implicaciones directas en el sector del taxi, en los hoteles, en nuestros bares y restaurantes… La atracción de empresas e inversiones tecnológicas tiene impacto en toda la ciudad. Y Barcelona no deja de atraer empresas de primer nivel que siguen apostando por la ciudad. Google, Microsoft, Pepsico por citar las más conocidas han pasado por nuestra ciudad en este último año. ¿Es este motivo para sacar pecho? Yo creo que sí.

Barcelona, además, se ha situado entre las 20 ciudades con más competitividad global según el informe Global Power City Index 2021, la décima ciudad más atractiva para trabajar en el extranjero para los expertos digitales y la novena para el talento global según Boston Consulting Group.

Todo esto pueden parecer solo palabras. Pueden parecer datos fríos plasmados sobre un papel, pero la realidad es que estos datos son indicadores fiables que evalúan en cierto modo el trabajo hecho por el consistorio en los últimos años. ¿Dónde está la decadencia entonces?

Hemos vivido una pandemia mundial terrible, y pese a ello, Barcelona y su marca siguen al alza. ¿Se pueden mejorar muchas cosas? Sin duda. Pero vale la pena poner de relieve algunos datos que dejan bien claro que, como diría aquel, “al loro, que no estamos tan mal”. Sino todo lo contrario.

Y permitidme un “bonus”. En medio de tanto dato hay uno que me pareció especialmente interesante. El tema de la seguridad nos ha traído a todos de cabeza, y estoy convencido de que todavía hay mucho por hacer. Por las declaraciones de algunos parece que Barcelona es la ciudad más insegura del mundo, pero… ¿qué dicen los ránkings? The Economist, en su ranking Safe Cities Index de 2021, nos considera la 11ª ciudad más segura del mundo y la más segura de España. ¿Estamos frente a un problema de percepción? Saquen ustedes sus conclusiones. La mía es evidente.