Es una manera de hacer peculiar. Dicen sus concejales que todo lo llevaban en el programa de gobierno. El problema es que los comunes de Ada Colau no tienen la mayoría absoluta y gobiernan en una situación precaria, a pesar del acuerdo de coalición con el PSC. Tienen, también, la posibilidad de llegar a acuerdos con ERC. Pero todo ello implica negociaciones y cesiones, y Colau ha decidido ejercer su poder, como alcaldesa de Barcelona con decisiones ‘soviéticas’, tal vez porque todavía fascina en ciertos colectivos de la izquierda los planes quinquenales de la Rusia soviética.

No son buenos momentos para buscar similitudes, con Rusia convertida, gracias a Putin, en una gran autocracia. Pero vayamos al detalle, a las cosas cotidianas en una ciudad con una fuerte tradición anarquista, marcada también por emprendedores que se jugaban su dinero y daban rienda suelta a la iniciativa personal y a la creatividad. Y es que el plan de usos del distrito del Eixample que ha aprobado Colau, con la abstención del PSC, obedece a un diseño soviético.

No gustan los restaurantes ni los bares musicales, ni las tiendas de degustación, ni los supermercados. Con el argumento de que todo eso molesta a los vecinos –es cierto que hay unos horarios y una praxis que se debe respetar en beneficio de todos—el equipo de Colau ha tomado una regla y un cartabón y se ha puesto a medir: habrá un número máximo de cinco locales de actividades de restauración, de espacios musicales, de autoservicios, de comercios alimentarios con degustación o las llamadas tiendas de convivencia en un radio de 50 metros. También se fija un máximo de 18 en un radio de 100 metros. Y se decide la amplitud de esas calles. Es decir, las actividades musicales o audiovisuales deberán situarse en calles de más de 25 metros de amplitud.

Tampoco podrá haber menos de 25 metros entre restaurantes, comercios alimentarios con degustación o tiendas de convivencia. ¿Por qué? ¿Para preservar los negocios, para que no haya tanta ‘alegría’?  Otras actividades también deberán medir bien las distancias. Los gimnasios, por ejemplo, deberán dejar un mínimo de 200 metros de distancia entre ellos. Todo muy bien planificado.

El Eixample, es verdad, se ha convertido en un barrio –de hecho es el gran núcleo de la ciudad de Barcelona—muy atractivo para los turistas, pero, de hecho, también para los propios barceloneses que acuden desde otros distritos para sus momentos de ocio, para disfrutar de la urbe, además de acudir para recibir y ofrecer todo tipo de servicios profesionales. Y si se establecen diferentes negocios de restauración en pocos metros, será el mercado el que decida quién deberá cerrar las puertas a los pocos meses. Cuesta mucho entender esa obsesión por la planificación soviética en pleno siglo XXI, además de buscar cualquier solución para la ciudad a partir del urbanismo, como afea el PSC a los comunes por esa decisión en el Eixample.

Las ciudades y la vida, de hecho, no funcionan con planes detallados y órdenes a cada sector de la vida económica. No se debe gobernar, tampoco, con el victimismo como gran arma política. Si se oponen, es que me quieren marginar y eso se debe a que obedecen a determinados sectores económicos. Ese es el esquema en el que se mueve la alcaldesa Ada Colau. Y, al margen de los medios que ella considere que son críticos y con los que no quiere saber nada, --como Metrópoli-- a una alcaldesa o alcalde se le pide que tenga en cuenta la pluralidad existente en una sociedad, que busque consensos y que asuma que las regulaciones están muy bien y son necesarias, pero que no todo se puede reglamentar desde un soviet, desde el Ayuntamiento de los comunes.