David Bondia, Sindic de Greuges de Barcelona (equivalente al Defensor del Pueblo), ha propuesto que el Ayuntamiento habilite zonas para que el personal pueda emborracharse a placer y sin gastar mucho. Como es sabido, meterse alcohol hasta en las uñas es algo de primera necesidad. Antes, la izquierda (que se supone ha elegido a este hombre) estaba en contra de alienarse. Ahora promociona la pérdida del sentido. No ya del sentido crítico: de cualquier sentido. Contra más atontado esté el personal, mejor para los cuadros dirigentes.
Hace tiempo que no se sabe bien para qué sirven los defensores del pueblo o sus copias locales, llamadas síndicos. El caso más patético es el de Rafael Ribó, con el mandato caducado desde hace tres años y que sigue cobrando por defender a unos independentistas que nadie persigue, aunque dejará el cargo, con el nombramiento ya pactado de Esther Giménez Salinas. Dice que fue comunista, aunque apenas nadie le da crédito. La opinión general se divide entre quienes piensan que era un infiltrado para acabar con el PSUC y los convencidos de que era un secesionista que no había salido del armario.
El síndico de Barcelona, en lo personal, no admite comparación con Ribó. Siempre sale ganando, aunque el listón, claro, está muy bajo. Se supone que defiende a los barceloneses de los representantes elegidos por los barceloneses. Los mismos de los que los barceloneses pueden defenderse dejando de votarles. En el proceso ciudadano para elegir síndico participaron 3.000 personas. Hay gente con más seguidores en las redes sociales.
Bondia tiene ideas, como la de que el Ayuntamiento busque espacios para el botellón. Son ideas de las que antes se llamaban de bombero. Igual ahora, con eso de la corrección lingüística ya no se las puede llamar así porque se ofenden los bomberos. Habrá que aprovechar que, de momento, los inquisidores más activos no son los defensores de quienes apagan fuegos sino unos abogados que dicen ser cristianos y que en vez de poner la otra mejilla se dedican a ofenderse y plantar querellas cada vez que alguien estornuda y otro no dice Jesús. Y hay jueces que las admiten. Como dice Christopher Hitchens, los que tienen una fe divina se creen con derecho a perseguir a los demás y a imponerles sus ideas. Y a quemarlos.
Bondía quiere que el Ayuntamiento habilite espacios para que la gente se emborrache, aunque de momento no será obligatorio hacerlo. Una gran idea. Juntarlos todos para que se vomiten los unos sobre los otros. Luego, claro, pueden ir los bomberos y rociarlos con sus mangueras para lavarlos.
Estaría bien que, ya que cobran, los defensores o síndicos o como se les quiera llamar, se dedicaran a defender a la ciudadanía de los abusos de las grandes corporaciones. Por ejemplo, de contratos con permanencias incomprensibles o con teléfonos de atención al cliente que casi nunca atienden o con oficinas con horarios disuasorios y mecanismos incomprensibles, como las bancarias, sin ir más lejos. O que se dedicaran a recorrer los servicios públicos para ver cómo es maltratado el ciudadano. En los CAP o en las comisarías. Las últimas estadísticas dicen que han bajado los delitos, ¿tendrá algo que ver en ello que para presentar una denuncia, en muchos casos, haya que esperar horas? También podrían cotejar la calidad de los transportes públicos o las listas de admisiones de los colegios religiosos subvencionados para ver si tienen los mismos porcentajes de alumnos inmigrantes que los colegios públicos. Incluso podrían preocuparse de los privilegios desorbitados de algunos cargos públicos, como esos diputados que cobran dietas sin motivo. El de Barcelona podría preguntar a Ada Colau por qué no se garantiza el derecho a la movilidad de los peatones por las aceras o por qué el consistorio no hace respetar ni siquiera los espacios reservados para que aparquen los minusválidos.
Barcelona es pequeña y, tras la especulación sufrida, ha quedado poco espacio público para uso de la ciudadanía. Apenas hay parques, las plazas son minúsculas (muy pocas en el Eixample) y faltan zonas verdes. Con esta escasez, no parece razonable reservar terrenos para el botellón.
Si David Bondia ha hablado alguna vez con los vecinos de Gràcia o del Born o de la calle de Enric Granados sabrá que concentrar al personal dedicado al consumo de alcohol es una tortura para los vecinos. De modo que contra los botellones hay bastantes argumentos. El consumo de alcohol es malo para la salud (según los médicos) y acarrea ruido y suciedad al entorno donde se produce. Aunque, si uno está borracho perdido puede entender que existan defensores del pueblo y asimilados. ¡A brindar por ello!