Cuando Ada Colau se fundió el dinero de una beca en viajes de placer por Italia y presumía de ser traductora de italiano sin título oficial que lo certifique, le debía de sonar la palabra sottogoverno, que en inglés se traduce como buse political patronage (abuso de patrocinio político) y en castellano “sub-gobierno: actividad de acaparamiento de directivos de la burocracia y de la administración pública o de las empresas productivas controladas por el estado por parte de los partidos gobernantes, con el fin de obtener ganancias para sus propios electores”. Estrujando sus meninges, logró entenderlo y lo aplica a su gestión en el Ayuntamiento. Como lo demuestran otros cuatro escándalos en otra sola semana.

El primero es la adjudicación de más de 770.000 euros a una empresa creada hace un año y un mes mediante licitaciones a las que no se presentó ninguna de la competencia. Se supone que nadie del sector lo hizo porque se intuía que el concurso estaba previamente amañado y no querían avalarlo con su presencia. La joven empresa, sin embargo, pertenece a un potente grupo que suma nueve empresas y marcas más. Dedicadas a acaparar contratos públicos, una de ellas se embolsó más de cinco millones de euros del Ayuntamiento. Dirigen el entramado dos señoras, y sus marcas se presentan con nombres y programas que huelen al casposo lenguaje supuestamente progresista de la comunada.

El segundo es el descubrimiento de más detalles de las alcantarillas y cloacas de la desinformación de comunas y podemitas mediante falsas webs y portales ubicados en Estado Unidos y Francia. En ellas queda patente la hipocresía y la doble moral de su sub-gobierno. Porque mientras Colau y parte de sus compañeros simulan apoyar a Ucrania y al alcalde de Kiev, portales de sus camaradas podemitas dicen estar “del mismo lado de la trinchera de Vladimir Putin”. Que “en Ucrania se está disputando la imposición del diseño totalitario que el imperialismo ha planeado para la humanidad”. Alaban “desnazificar” al país invadido. Y llaman criminal de guerra a Joe Biden y títere a Zelenski. En otro artículo de vertedero afirman: “los combatientes extranjeros de Ucrania tienen poco que ver con los brigadistas de la Guerra Civil española”. No citan los asesinatos en masa de aquellos brigadistas en el castillo de Castelldefels,  por ejemplo.

El tercero es que mientras no se publican los resultados de las oposiciones a funcionarios municipales en las que se infiltran más de veinte cargos políticos y asesores de Colau, aparece otro sujeto de confianza que emite informes tendenciosos contra los jueces e insinúa que una empresa privada influye en ellos para frenar el fiasco montado por el ingenioso concejal Eloi Badia, quien tras fracasar en la lucha contra la plaga de hormigas locas, le llega se ahora otra plaga de hormigas asiáticas. El paniaguado es ingeniero de la misma onegé de Badia en la caverna del ultra-subvencionado Observatorio Desc.

Y cuarto. Ahora que el sottogoverno adalibán anda ocupado en llamar criminal de guerra a Biden, en cambiar a una plaza el nombre de un negrero y en hacer alardes de pacifismo, cuesta entender que no supriman los nombres de las calles Entenza, Rocafort, Roger de Llúria y Roger de Flor, jefes de los invasores almogávares catalanes, y criminales de guerras.