La entrada en funcionamiento del túnel de la plaza de Les Glòries es la firma definitiva de la muerte de la Gran Via. Pensada como avenida que compartir por el transporte y las personas, ha terminado por convertirse en una vía que no sirve a nadie. En sus extremos es una autopista que funciona mal; en el centro no es apenas nada. Una calle que ejerce como frontera entre la zona de mar y la de montaña, dada la dificultad de cruzarla para los peatones. Los intentos de pacificarla no han funcionado. Ni los de este consistorio ni los que acometieron los anteriores, cuando lo hicieron. Porque en la época de Trias ni siquiera se planteó el asunto en serio.
Cuando Lluís Tejedor era alcalde de El Prat sostenía que la Gran Via, a su paso por esa población, tenía que dejar de ser una autovía para convertirse en paseo, igual que en Barcelona y que, se suponía, pasaría en L’Hospitalet. Lo que al final ha ocurrido es lo contrario: no es un paseo en ninguna parte.
En el tramo entre la plaza de Espanya y la de Cerdà, los peatones están desamparados. En la misma medida en que es una de las principales vías de entrada y salida desde o hacia el Baix Llobregat, la densidad del tráfico la convierte en una zona ruidosa y con altísima contaminación. La ampliación de las aceras hecha hace unos años ha quedado en apenas nada: para uso de ciclistas y patinetes, además de espacio de aparcamiento de motocicletas. Superada la plaza de Cerdà, una parte discurre semisoterrada y otra en superficie. Si la plaza de Les Glòries está condenada a ser un embudo permanente, el tramo de L'Hospitalet no tiene mejor futuro. Eso sí, es una muestra evidente de que los municipios no tienen voluntad recaudatoria con las multas. De tenerla, bastaría una cámara en la entrada que hay frente a la ciudad de la Justicia para ir sancionando a los miles de vivillos que intentan colarse en la cola que se produce para entrar en la zona semisoterrada. El ayuntamiento se forraría. El resultado actual es que un montón de listillos se cuelan amenazadoramente entre los coches que esperan educadamente en fila. Y un concierto de pitidos constante de los ofendidos y cabreados.
La entrada en Barcelona (como todos sus accesos) es otro nido de atascos. Lo es en la salida de Cerdà y también en la continuación hacia plaza de Espanya. Y, para que nada falte, lo sigue siendo una vez superado el túnel situado bajo esta plaza, sobre todo en los puntos en los que está permitido el giro a la izquierda (Entença, Urgell).
Los laterales adolecen de un problema muy grave: al contrario de lo que ocurre en el conjunto del Eixample, las esquinas de la Gran Via no están achaflanadas, de modo que la carga y descarga es un suplicio. Aunque, si bien se mira, en el Eixample también y las furgonetas acaban por pararse en los carriles reservados al transporte público. De modo que ¿para qué hacer obras?
La zona de Gran Via entre Aribau y Pau Claris ha sido siempre un desastre. Para el tráfico y para el peatón. Lo sigue siendo.
La avenida cobraba cierto sentido a partir de Tetuán. No resultaba agradable para dar un paseo, pero tragaba bastantes coches en dirección Maresme, sobre todo a partir de la plaza de toros. Ahora, ni eso. Y lo mismo ocurre con el tramo situado entre Glòries y Sant Adrià: pura autovía que ni siquiera asume los coches que quieren utilizarla.
Un gerente del distrito de Sants-Montjuïc de la época de Jordi Hereu sostenía que la solución adoptada en la carretera de Sants para la carga y descarga era la más racional: no había ningún espacio reservado y se confiaba en la racionalidad del personal, lo que viene a ser algo así como la puesta en práctica del espontaneísmo revolucionario, versión larga del lema “viva la anarquía”. No es seguro que el actual consistorio conozca esta tesis, pero la practica. Así lo demuestra la recomendación que ha hecho a los ciudadanos para evitar el colapso diario en Glòries: que se busquen la vida y se desvíen por otras calles. No tiene nada de raro. Los expertos en movilidad han sostenido siempre que el tráfico se autorregula. Los vehículos tienden a ocupar todo el espacio que se les ofrezca pero si una calle se llena, los conductores la evitan. Moraleja: lo mejor es no hacer nada. Seguro que sale más barato que las obras del túnel de Les Glòries.