A veces da la impresión de que algunos dirigentes políticos sólo piensan en el futuro en términos electorales. El futuro es ese momento en el que habrá unas elecciones en las que se puede ganar o salir derrotado. El presente, en cambio, no es más que el tiempo situado entre dos llamadas a las urnas. Lo mismo ocurre con la realidad. No es algo exterior al sujeto sino que se compone sólo de trámites burocráticos. Nada que no pueda llevar un sello o una póliza existe. Lo único real, pensara Hegel lo que pensara, es la burocracia.
Por ejemplo, cuando el Ayuntamiento de Barcelona anuncia la compra de unas decenas de locales, supuestamente vacíos y en desuso, sólo necesita comprobar la veracidad de todo ello leyendo los legajos. A nadie, por lo visto, se le ocurre hacer lo que haría cualquier barcelonés que quisiera adquirir una vivienda: visitarla para comprobar si reúne las condiciones que le atribuye el vendedor. El resultado es casi grotesco: una quincena de esos locales estaban y están ocupados por personas que pagan sus alquileres como está mandado. Es muy probable que no haya ni una sola norma que estipule que para comprar algo deba verificarlo ocularmente algún responsable municipal. Y es incluso posible que esa misma falta de norma se dé en el resto de las administraciones. Después de todo, los políticos están tan habituados a trabajar con papel que acaban por creer que la realidad se agota en el papeleo.
Precisamente porque viven en una especie de cárcel de papel (dicho sea en homenaje a La Codorniz) no necesitan tener en cuenta la existencia del tiempo de la gente. Si se decide hacer una obra, por ejemplo, el túnel de Glòries, lo que verdaderamente importa es el tiempo de la misma, que se compone de diversas fases: anuncio, aprobación, redacción, licitación, ejecución e inauguración. Las más importantes son la primera y la última, porque son las que proporcionan titulares de prensa y minutos en radio y televisión. Lo que ocurra después es harina de otro costal. Tendrá consecuencias buenas o malas (en este caso parece que más bien pésimas) pero eso ya no tiene existencia burocrática, es decir, no existe.
Por si alguien quiere algún otro ejemplo de esta falta de visión de futuro: el Eix Transversal, inaugurado más de una docena de veces por Jordi Pujol, se terminó en su primera versión en 1997 y ya entonces necesitaba ser desdoblado: no absorbía el tráfico y era un desastre mortal. En sus siete primeros años acumulaba un muerto por kilómetro (tiene un total de 150). Lo desdobló el Tripartito de Maragall, aunque la inauguración final la hizo Artur Mas, el astuto.
Lo de la falta de previsión es muy grave y se está contagiando. Había un cierto acuerdo en que la mejor medicina posible era la preventiva. La reforma sanitaria impulsada por Ernest Lluch seguía ese criterio. Pues ahora se le está poniendo fin. Con la excusa del covid, no hay manera de acudir a un centro de asistencia primaria y que te vea un médico. Las recetas crónicas se reactualizan por internet, sin ver al paciente, y los diagnósticos se hacen por teléfono, cuando se hacen. Como si no existiera el futuro, como si los enfermos no atendidos no fueran a empeorar y, en algunos casos, a morir. Porque el tiempo no se para y sus efectos, tampoco.
Por si no fuera suficiente, ahora no se puede ir a una comisaría de los Mossos sin cita previa. Igual ha salido una norma que obliga a los ladrones a pedir también hora en vez de presentarse cuando les plazca. Habrá que explicárselo porque no parecen saberlo.
Que estas restricciones son inconsistentes y sólo sirven para hacer más difícil la vida de la gente lo puede ver cualquiera de los que están autorizados a reunirse sin cita previa con otras 100.000 personas en el estadio del Barcelona. Ese que va a cambiar de nombre tras aprobarlo unos socios a quienes no se ha informado de cuánto ingresará por la operación el propio club. Una decisión tomada con los pies. Del mismo modo que nadie razonable compra un piso sin verlo (salvo el ayuntamiento de Barcelona) la gente normal no tiene por costumbre aprobar contratos sin leerlos. Salvo los socios del Barça.
Todo esto ocurre porque ni los políticos electos ni los dirigentes de los clubes de fútbol son responsables de sus decisiones. Sólo acaban pagando si un juez les pilla manía y decide, por lo que sea, investigar si es corrupción que una amiga te haga de canguro.