Dicen que Alejandro Lerroux, líder del Partido Radical y ministro de la II República, era un populista y un demagogo. La bibliografía sobre el político cordobés enfrentado duramente con el catalanismo y el anarcosindicalismo es prolija y, en la mayoría de ocasiones, le afea su volatilidad. Durante un tiempo tuvo un verbo encendido exaltando a las masas obreras abandonadas a su suerte en la Barcelona de la revolución industrial, incluido un anticlericalismo exacerbado, para luego llegar al Gobierno de la República y apuntarse a políticas de derechas, aunque sus defensores afirman que lo hizo para conseguir implicar a una buena parte de las clases medias urbanas en el proyecto republicano. Así Lerroux estuvo al frente del Gobierno tras su alianza con las CEDA y más tarde acabó apoyando el golpe de Estado del general Franco.
De entre las numerosas anécdotas de la forma de hacer, reproducidas en algunas películas de época, se ve a un Lerroux llegando a Barcelona en un lujoso tren en el vagón restaurante. Cuando llega a la estación del Norte, Lerroux se despoja de la corbata, se quita la chaqueta, y blandiendo un bocadillo arenga a sus correligionarios que lo esperaban en los andenes. Era todavía su época de líder obrerista, anticlerical y antinacionalista. La anécdota en cuestión ha tenido en estos días un remake en la figura del concejal Eloi Badia. Acude a un acto en coche oficial, se baja del coche a 100 y despliega una bicicleta que llevaba en el maletero para personarse a lomos de sus dos ruedas. Así, sin más, para dar ejemplo. Nada de coches en Barcelona. Si calificamos a Lerroux de populista y demagogo, Badia no le queda a la zaga. Para cerrar el círculo como Lerroux que pasó de la izquierda a la derecha, solo le queda un trecho. De momento, la actuación del concejal es un insulto a la inteligencia de los barceloneses.
La denuncia de las andanzas del concejal Badia, conocido por sus gazapos de gestión desde cementerios a la eléctrica de Barcelona que es un auténtico churro, han venido de la mano de Oscar Martínez, el responsable de comunicación de Junts per Catalunya. Martínez es un periodista con muchas horas de mili a la espalda, curtido en mil batallas, y ante su denuncia el concejal solo ha podido admitirla. No la ha negado en ningún momento. Quizá solo se podría excusar acusando a Martínez de ser de derechas, argumento habitual en los comunes. Todos los que les critican son de derechas, medios de comunicación que no les bailan el agua incluidos, aunque esta vez lo único que se ha puesto de manifiesto es la mentira, el populismo barato y la demagogia de un concejal que, a buen seguro, no pasará a la historia de la ciudad.
Lo más grave, sin embargo, no es que Badia ni se despeine cuando se le califique de cara dura. Ya estamos acostumbrados. Lo más grave es que reconocer la tomadura de pelo a los barceloneses sea una cosa normal. Como normal era que el concejal se presentara a un examen para ser funcionario. Como normal es que la alcaldesa incumpla las normas en pandemia, y como normal es tener la ciudad manga por hombro, o patas arriba. Por cierto, la alcaldesa tenía razón en una cosa. Estos días no se han producido atascos en el túnel de las Glòries. Hoy, volveremos a la normalidad, no lo duden. O sea, un atasco de pena. Volviendo a lo mollar. Lo grave es que la muy reivindicativa señora Colau no ponga orden en su casa y permita que un concejal mienta por la cara y no lo cese. Que se ría de los ciudadanos que se ven atascados en la ciudad montando en su bici de quita y pon. Que se ría en definitiva de todos y siga en su puesto. Esta es la calidad de los principios de los comunes. Muy parecidos a Lerroux, no lo olviden. Ahora tenemos un lerrouxista en casa.