Vino para regenerar la política, acabar con las malas prácticas y trabajar para “el pueblo”. Con un discurso populista de manual, Ada Colau combatía a la “casta política” que se desplazaba en coche oficial, cobraba sueldos muy por encima del salario mínimo interprofesional y vivía pegada a su sillón oficial del que no dimitían jamás, pasase lo que pasase.
Pero el populismo, al igual que la mentira, tiene las patas muy cortas y Ada Colau hoy se aferra a su silla de alcaldesa y a su coche oficial a pesar de las imputaciones propias y de su equipo, a pesar de las múltiples demandas contra su gestión y a pesar de la vergüenza de todos sus cargos opositando a funcionariado del Ayuntamiento que gobiernan. El código ético de su partido -el cual blandía como arma arrojadiza contra todo aquél que no estuviese a su altura moral- hoy languidece en el fondo de un cajón de su despacho, puesto que ni limitación de sueldo, ni limitación de mandato y mucho menos dimisiones ante la primera, segunda e incluso tercera imputación que al parecer lo del principio de inocencia sólo vale para ellos.
Estar imputado no equivale a estar condenado. En esto tiene toda la razón la alcaldesa. Pero cuando has sustentado tu carrera política sobre el señalamiento al investigado, y has prometido a tus votantes ser más virtuosa que la propia mujer del César, la ética que exiges a los demás deberías aplicártela de forma inmediata.
No sabemos si Colau será condenada por las múltiples demandas que pesan sobre ella. Tampoco sabemos si sus concejales, también imputados, correrán la misma suerte, pero de una cosa sí estamos seguros: la imagen del Ayuntamiento y de la ciudad queda manchada con cada nueva demanda y con cada nueva imputación; por ello, deberían abrir el cajón y sacar el polvo que se acumula sobre su código ético para empezar a aplicarlo.
A la imagen de una ciudad cada vez más degradada por las malas políticas de este gobierno, no puede sumarse la de un Ayuntamiento que languidece bajo la sospecha de la corrupción. Alcaldesa Ada Colau, por el bien de Barcelona y de todos sus ciudadanos, dimita.