Ada Colau y Ernest Maragall han convertido el Ayuntamiento en epicentro político para debatir sobre el espionaje a dirigentes independentistas, aunque ahora sabemos que muy vinculados a las movilizaciones de Tsunami Democràtic y a los CDR que incendiaron Barcelona, ante los que la señora alcaldesa de puso de perfil. El pleno del pasado viernes estuvo centrado en estos menesteres que se discuten y se deben discutir para discernir lo que pasó en otros foros como el Parlament de Catalunya o el Congreso de los Diputados.
Colau y Maragall, que además pactaron, lo que abre una puerta nada camuflada a lo que pasará tras las elecciones del próximo año, quieren hacer política. En mayúsculas, claro. No les interesa para nada hablar de los problemas de los trabajadores, de la asistencia a personas mayores que viven en una precariedad endémica, pasan de puntillas por el colapso constante del túnel de las Glorias, menosprecian el debate sobre la losa de Sant Antoni, no les apetece un colín poner encima de la mesa la inseguridad ni cuestionar que la alcaldesa se gaste un pastizal en abogados para defenderse “de los ataques de las multinacionales y de la derecha”, of course, y menos analizar el fiasco de la super illa, el caos circulatorio perenne o el escándalo de Vía Laietana, dónde un juez no acepta las cautelares de los denunciantes porque revertir las obras no será un problema porque las deberá pagar el ayuntamiento. Con el dinero de todos señoría, con el dinero de todos. Tampoco quieren discutir sobre los 17 cargos aprobados, todos ellos del entorno de Barcelona en Comú que han superado unos exámenes a los que jamás deberían haberse presentado, pero que les garantiza un trabajo estable y bien remunerado a perpetuidad si los comunes salen tarifando del gobierno municipal. Un escándalo mayúsculo donde la oposición, excepto Junts per Catalunya, ha puesto sordina y los socios, el PSC, se han puesto de perfil dando carta de naturaleza a unos exámenes que solo se pueden calificar de tongo.
Pero, estos temas no son política. Son un coñazo. Colau y Maragall están en este mundo para temas de altura, no para en temas menores. Ellos están para discernir lo bueno de lo malo. Mucho mejor, dónde va a parar, hablar de espionaje, CNI o de lo que haga falta. La ciudad es otra cosa, eso es labor de los actores secundarios --malos por cierto-- que los rodean. Colau ha seguido a pies juntillas al señor Maragall haciendo su papel, inigualable en interpretación, de pagafantas del independentismo, tanto del líder de ERC --¿Esquerra Repelente?-- como de Junts per Catalunya. La señora Artadi también se empleó a fondo. Estaba en su entorno más habitual y se puso estupenda.
Jaume Collboni aguantó el tipo en el pleno, pero pasa el tiempo y el PSC sigue siendo la muleta necesaria para que Colau haga de pseudoalcaldesa anunciando las obras que durarán --agárrense los machos-- hasta el 2025-2026, lo que augura una movilidad de locos durante al menos cuatro años al lado de una Diagonal que tiene el tráfico restringido de salida de la ciudad. Ciertamente, el líder socialista no actúa como Colau --solo hace falta ver la actitud del PSC con respecto al turismo o la reforma de Sant Antoni-- pero ir de la mano de la alcaldesa está lastrando al PSC. Quedan 400 días para las elecciones. Estaría bien que Collboni --y Salvador Illa-- pensará qué hacer. El tiempo apremia. De momento, en Barcelona sigue al frente una pagafantas de altos vuelos.