Vamos para atrás, vivimos tiempos de involución. Cuesta entender que los delivery food tengan tanto predicamento y éxito entre nosotros, mediterráneos hedonistas, amantes de la buena cocina a fuego lento, conocedores de los productos premium que la tierra y el mar nos ofrecen desde tiempos inmemoriales. Nos hemos instalado en la maldita cultura del cangrejo, vamos para atrás, desaprendemos a una velocidad trepidante. Da vértigo.
Y encima, con ese modelo que es pura apología de la velocidad, de la entrega inmediata, generamos precariedad laboral para riders en moto, en bici o en patinete.
No entiendo cómo han convencido a tantísima gente: se conforman con una comida de mala calidad y medio fría a cambio de una entrega supersónica. ¡Dónde está la gracia! Te entregan a casa unos platos de ínfima gama alimenticia y tú te la comes frente a la pantalla, más pendiente del fútbol o de tu serie preferida de Netflix que del plato que estás engullendo.
En qué momento se nos olvidó que somos lo que comemos...
Ahora lo sabemos, lo vamos sabiendo, nos van llegando noticias aquí y allá. Al parecer, toda esta movida de las dark kitcken (¡que siniestro eso de las "cocinas oscuras"!) es un invento fabricado a fuego rápido por unos cuantos emprendedores (casi siempre hijos de papá, muchachada de casa buena) a costa de degradar cada día más nuestros sabios y ancestrales hábitos y costumbres, nuestra cultura basada en valores diametralmente opuestos: lentitud y calidad.
El mediterráneo goza lentamente. El ultracapitalismo startupero disfruta enriqueciéndose a destajo en tiempo récord.
De momento vamos viendo que el Ayuntamiento de Barcelona está paralizando la concesión de algunas licencias para abrir nuevas cocinas fantasma hasta que llegue una nueva ordenanza. Este sector del reparto de comida a domicilio empieza a generar divergencias e incomodidades. El eterno proceso de confinamiento covid que todos hemos padecido en Barcelona ha generado un aumento exponencial de nuevos negocios de comida que se cuecen en la clandestinidad de unos fogones que nadie sabe muy bien donde están.
Los consumidores ya se han acostumbrado a elegir sus ingestas a través de un simple click, pantalla sobre pantalla. Algunos nombres y apellidos concretos: Glovo, Deliveroo o Just Eat, entre tantos otros. ¡Y lo que te rondaré morena!
Y hace nada, cuatro días, ha desembarcado en nuestra ciudad un nuevo player del sector, Getir, la empresa turca que desafía a Glovo con sus entregas ultrarrápidas.
Es evidente que la proliferación de estas nuevas cocinas fast ofrece a algunos emprendedores una plataforma desde la que operar sin los pesados costes fijos que tienen los restaurantes de toda la vida. Se trata de negocios que implican una inversión realmente mínima. Y con un rendimiento máximo. Pueden llegar a servir hasta 7.000 pedidos al día.
Algunos movimientos de la sociedad civil están tratando de poner algo de orden en este campi qui pugui. Desde la Federació d'Associacions Veïnals de Barcelona (FAVB) están batallando duro para que se instalen las dark kitcken en zonas industriales. Haciendo un poco de historia, descubrimos que el concepto de cocinas fantasma nace hace ya unos cuantos años en Inglaterra, a causa del elevado coste de los alquileres de negocios en la capital británica.
Un llamamiento a la población, a nuestros queridos conciudadanos. El placer siempre se bebió a sorbos y se masticó despacio. Aliméntame despacio que no tengo prisa.