Que Barcelona vive de las rentas de los Juegos Olímpicos del 92 es una realidad y un hecho tan tangible como que el gobierno de Colau y los partidos de la oposición municipal han vivido estos últimos años en su particular y confortable vientre de ballena de Orwell. Y ya sabemos todos que pasa cuando uno pretende vivir de rentas sin cuidar lo que las genera.

Si Barcelona es un caos circulatorio, no obedece solo a una mala gestión, es también el resultado de una clara intención (para algunos, perversión) política e ideológica del gobierno Colau: hacernos la vida imposible para que no volvamos a usar el coche por Barcelona.

Si Barcelona es la capital de la ocupación, es el claro resultado de una voluntad política, del buenismo y la permisividad que generan el ecosistema perfecto para que esto ocurra.

Porque está claro que en la mente de quien gobierna Barcelona no cabe que los ciudadanos tengamos pensamiento propio ni crítico, creen de verdad que necesitamos ser adiestrados y lo hacen con esa insoportable superioridad moral que se autoatribuyen algunas izquierdas.

Y en esa perversión lleva ya nadando, confortablemente, nuestra querida alcaldesa, sin que en estos últimos tres años nadie haya salido a presentar batalla ideológica. Han abdicado de la responsabilidad política y han desaparecido del debate real, el ideológico y el de las ideas, limitándose a ser simples comentaristas de la gestión municipal ordinaria.

Y así están, buscando candidatos sin tener proyecto, simulando oposición en tiempo de descuento, vendiendo cada uno su libro, mientras en la ciudad pasa todo de marrón oscuro, casi a negro.

Barcelona no solo necesita candidatos, necesita un proyecto en el que se deje de vivir del (y en el) pasado y empiece a generar su propio futuro, que vuelva a ilusionar con esa ambición colectiva y transversal que generaron los Juegos del 92, saliendo de las trincheras y del cortoplacismo, pensando en grande, pensando en el mundo que ha perdido a Barcelona como una de las capitales de referencia. Porque es precisamente una mirada abierta al mundo la que se necesita para salir del vientre de la ballena.