Luis Marsillach fue un periodista y crítico teatral de Barcelona, hijo del dramaturgo Adolfo Marsillach y padre del también dramaturgo del mismo nombre. Pese a su buena labor profesional, pasó a la historia del periodismo local como protagonista de un episodio de humillación inhumana.

El hombre se ganaba la vida en Solidaridad Nacional, el matutino del Movimiento Nacional en Barcelona, donde firmaba unas columnas de opinión con el seudónimo de Héctor. El 17 de julio de 1953 no se le ocurrió otra cosa que publicar un comentario con el título Las casas del papel sobre la ínfima calidad de las viviendas –las casas baratas-- que el régimen construyó en el barrio de Verdum para familias barraquistas, unos pisos que habían resultado muy dañados por las primeras lluvias que habían vivido tras su inauguración.

El mismísimo gobernador, el célebre Felipe Acedo Colunga, difundió al día siguiente un amplio texto en el que recogía cómo Marsillach se había arrodillado ante él y la plana mayor del aparato franquista provincial para reconocer una y otra vez que había sido un “estúpido” al escribir aquella columna llena de observaciones inoportunas y malintencionadas a ojos de su censor.

El diputado de JxCat Francesc de Dalmases es el Acedo Colunga de nuestros días. Capaz de abroncar y someter a una periodista porque no ha sido capaz de evitar que otros reporteros le preguntaran a su jefa, Laura Borràs, por el proceso judicial que tiene abierto sobre su presunta participación en un fraude cuando era directora de la Institució de les Lletres Catalanes.

Dalmases, como el gobernador franquista, es implacable con una plumilla de un medio del régimen que desobedece las instrucciones no escritas. No es que tenga la misma ideología política que Acedo Colunga, sino algo más profundo: son lo mismo, personas que viven del y por el sistema, para sostener el régimen y su posición. Son las gentes de la nomenklatura que solo obedecen a sus intereses y a quienes les puedan favorecer.

Aquí no hay ideología, democracia o dictadura; solo ellos y sus intereses, siempre por encima de los demás, protegiendo a los de arriba. Ahora y antes, porque siempre han sido los mismos.

El hecho es grave y muy sintomático de dónde vivimos porque no solo pone en evidencia a los que encerraron a la periodista en un camerino tras la emisión de FAQS, entre los que estaba la propia Borràs, sino que denuncia al entorno acostumbrado a servir al señorito. ¿Por qué ha tardado tanto TV3 en reaccionar?

¿Cómo es posible que el director del programa, Pere Mas, no saliera en defensa de la redactora? ¿Es verosímil que el director de un diario oiga cómo un gañán atropella a una redactora de su plantilla y permanezca en silencio porque ella no quiere líos? Lo cierto es que no me sorprende el papel de este señor, en absoluto; sobre todo cuando recuerdo cómo hace unos días insultaba de forma reiterada en RAC1 al periodista Víctor Amela acusándole de “criminalizar” a TV3, su TV3.