Un elaborador de vino novato nunca sabe a qué precio podrá vender su producción hasta obtener la respuesta del mercado. Los distribuidores, que son los encargados de mediar entre la bodega y el consumidor, hacen sus apuestas, ponen en marcha su maquinaria promocional y, en caso de tener éxito, son los primeros en beneficiarse de la buena acogida.

Si todo sale bien, los precios de las nuevas cosechas y de las botellas almacenadas de las primeras, tanto en origen como en la distribución, podrán subir y mejorar la rentabilidad de la inversión para toda la cadena, desde el viticultor hasta el tendero.

Pues bien, el equipo de Bruce Springsteen lleva a sus espaldas demasiadas añadas y quiere cargarse a los intermediarios con un algoritmo capaz de fijar el precio dinámico (o sea, el máximo) de cada concierto y en tiempo real. Lo han puesto en marcha para comercializar la gira mundial de 2023, cuyas entradas ya han empezado a venderse en Estados Unidos.

Se trata de estrechar el margen del resto de los eslabones del proceso, encargarse ellos mismos de todos los pasos antes de entregar el primer ticket: el número de fans que se apuntan para participar en los sorteos de entradas permite conocer qué demanda real va a tener cada actuación del Boss y, por tanto, hasta dónde pueden apretar las tarifas.

Está claro que no se trata de luchar contra la reventa, como defiende su manager criminalizando ese negocio, sino quedarse con unas ganancias que hasta ahora iban a terceros. Es verdad que los montajes y los macroespectáculos cada vez son más caros, pero también lo es que han descubierto –como ya hacen otros-- la fórmula para ganar más por el mismo trabajo.

La idea ha molestado a sus seguidores, lógicamente, pero a la vez abre una puerta a las ciudades donde tienen lugar esos conciertos multitudinarios. Si Ticketmaster usara la aplicación en todos los espectáculos que intermedia, exprimiendo a fondo la ley de la oferta y la demanda podría ahorrarnos esa carrera por disponer de espacios y recintos capaces de albergar cada vez a más gente que sobrepasan la capacidad de las infraestructuras y servicios de las ciudades.

Si Springsteen se embolsara el 50% de cada concierto y su caché fuera de cinco millones, tendría que vender entradas por el doble de valor. O sea, 10 millones, que entre 20.000 personas salen a una media de 500€, una cantidad que su algoritmo combinaría para obtener 2.000€ por las más caras y 200€ las más baratas, como ha ocurrido en sus primeras citas del 2023. Y él podría actuar en el Sant Jordi, por ejemplo, sin distorsionar en exceso a los barceloneses que prefieren verle en la pantalla y a los que no quieren hacerlo en ningún formato.

De esta forma, tanto los grandes artistas como sus eventos se adaptarían a la ciudad, y no al revés. Y todo gracias al algoritmo y a una mínima contención en la avaricia de estos personajes.

¿Se imaginan si también se aplicara en el fútbol? Si se dejara a la lógica pura de la oferta y la demanda el precio de las entradas de los campos abandonando locuras como estadios con capacidad para 100.000 personas.