Ernest Maragall, concejal de ERC en el Ayuntamiento de Barcelona y precandidato del partido a las elecciones municipales del año próximo, protagonizó ayer una especie de apertura de la precampaña electoral en Foment del Treball, la gran patronal catalana.
En teoría, debía exponer sus planes, aunque fuera a grandes rasgos, y sobre todo su relación con las empresas; eso que ahora se llama la colaboración público privada.
Hay que concluir que si, como dicen algunos, los republicanos tratan de ocupar el espacio político en el que antes vivía Convergència Democrática de Catalunya (CDC), la intervención de Maragall lo confirma al 100%. Es difícil recordar una propuesta convergente más ambigua que la suya de ayer.
Algo tan importante como el futuro de El Prat quedó en las nubes: no sabemos qué opina el candidato más allá de que lo básico no es saber qué será del aeropuerto, sino quién lo gestionará. Una barbaridad absoluta porque da a entender que lo que ha ocurrido durante estos años de transición no es una imaginación, una alucinación de la gente normal, sino pura realidad: hay que discutir eternamente sobre quién manda antes que proponer y aprobar un plan de gestión sobre el objeto a administrar. Es tremendo.
ERC gobierna la Generalitat y aspira a dirigir el consistorio de Barcelona, pero sobre cualquier asunto se limita a asegurar que hay muchas variables, de manera que no tiene nada que decir. Creo que será difícil encontrar un ciudadano que haya entendido a partir de las palabras de Maragall cuáles son las iniciativas de los republicanos para mejorar la vida en la capital catalana.
El aspecto más social de esa especie de programa que ha presentado ante las empresas catalanas es su anhelo de reducir las desigualdades sociales, quizá el nexo de unión más claro entre su proyecto y el del resto de las fuerzas que concurrirán a las municipales, desde la CUP hasta Vox. Más convergente, imposible.