Ada Colau, pionera de escraches y acosos, ha recibido otra pitada en los actos de las camisetas negras del once de septiembre. Los pitos y abucheos la han igualado a Oriol Junqueras y a Pere Aragonès, considerados falsos independentistas y traidores. La comunada y los neo-carlistas siempre han presumido de superioridad moral sobre la derecha y la ultraderecha, encarnada ahora por JxCat, que silba y acosa como Colau cuando fue joven. Lo paradójico, señala el analista Arias Vega, es que son quienes han cavado y cavan zanjas de odio entre buenos y malos, y justifican estas agresiones antidemocráticas. Porque se sienten superiores, estupendos y todo lo que hacen está bien, sus causas son las únicas que toca defender. Por eso quieren destruir a los malos, no dejarles respirar, impedirles hablar y erradicarles de la sociedad. Algo que no conseguirán, como es el caso de su muy odiado Albert Boadella desde antes de que fundase Ciudadanos y Tabarnia.
Reconocido como importante y renovador dramaturgo en toda Europa, excepto en la Cataluña profundamente carca y atrasada. Como el villorrio ampurdanés donde talaron los cipreses de la masía de Boadella y propagaron que lo había hecho él para darse publicidad. Además de señalar, acosar y marginar a su hija, una pedagoga del odio amarillo declaró que se avergonzaba de haber sido su profesora. De nada les ha servido, porque en una entrevista con Manuel Manchón, el cómico histriónico satisfecho de ser bufón ha dejado claro, entre otras catalinadas, que “Colau representa la decadencia de Barcelona”.
Clásico azote de todos los poderes, Boadella publica el libro Joven, no me cabree, donde deja a caer de un burro al mundillo de la cultura, a lo políticamente correcto, al lenguaje inclusivo y de género, al amor sin límites a los animales domésticos, al supuesto ecologismo sostenible y a los huertos urbanos. Sagrados valores de derechas retrógradas disfrazadas de la llamada nueva izquierda de Colau y sus creyentes pequeñoburgueses. El autor piensa que la talla política de la alcaldesa de Barcelona sólo da para serlo de Rupit-Pruït, pueblo de unos 300 habitantes donde vive el dramaturgo y cuna de su compañía Els Joglars.
La teoría de la decadencia de Barcelona se comprueba en diversos ámbitos. La caída de público y el pánico ante la nueva temporada en los teatros, la falta de espectadores, el vano esfuerzo por atraer a un público joven, el temor a la crisis, a la inflación y la facilidad para consumir cultura en casa gracias a la tecnología. La misma semana que Cartier ha desechado Barcelona como sede de su mayor evento mundial para vips y lo lleva a Madrid. La causa oficial, (con la elegancia de no citar la inseguridad y la suciedad), son los problemas y agresiones entre taxistas y empresas de VTC. Su colección itinerante Beautés du Monde, que se presenta ante un grupo internacional de 300 grandes compradores de joyas, también vuela a Madrid. La marca de joyería de lujo deja a Barcelona sin unos de sus días de más glamur y sin el personal de alto poder adquisitivo que atrae. Con esta buena noticia para anticapitalistas zarrapastrosas, Barcelona sonará más a quincalla de top manta y apestará más a cloaca en las calles y a más pachulí en el Ayuntamiento.