Barcelona presume de sociedad abierta y cosmopolita y tal y cual, Pascual. Quiero creer que ha habido momentos en la historia de Barcelona en que ha sido así. Pero ¿lo sigue siendo? Tengo muchas dudas al respecto. En apariencia, sí, pero a poco que uno levanta la alfombra, asoma una gran cantidad de mierda.
Un vistazo bajo la alfombra lo realizó hace muy poco el Centro de Migración, Política y Sociedad de la Universidad de Oxford y la Escuela de Sociología del Colegio Universitario de Dublín. Se titula (traduzco): «¿Quiénes son el grupo mayoritario? Discriminación en la contratación en contextos plurinacionales: el caso de Cataluña». Cataluña, en ese estudio, era más que nunca Barcelona y alrededores, donde se da una interesante mezcla de culturas semejante a la que se da en las grandes ciudades del Canadá o en Londres, y prácticamente idéntica a la de Madrid, debido a la inmigración de personas procedentes de otros países y de otras regiones del resto del país.
El estudio consistía en envíar un currículum estándar a empresas que ofertaban un puesto de trabajo y contar cuántos de ellos eran rechazados incluso antes de una primera entrevista. Cabe recordar que la mayoría de ofertas de trabajo eran en Barcelona y su área de influencia, como es natural. La idea era comprobar si existía una discriminación basada en el nombre y el origen de la persona que solicitaba el puesto.
Pues claro que existía discriminación, qué sorpresa. Los autores afirman lo siguiente: «Los resultados muestran que la extensión y el nivel de la discriminación dependen principalmente de quiénes definimos como grupo mayoritario, si aquellos con apellidos “catalanes” o aquellos con apellidos “españoles”. Nuestra investigación muestra que los solicitantes con apellidos “catalanes” gozan de una clara ventaja en el mercado de trabajo, muy por encima de quienes tienen apellidos “españoles” o pertenecen a otras minorías étnicas. Además, hemos visto que existe una fortísima discriminación por aquellos solicitantes subsaharianos, todos los cuáles son negros, especialmente en los últimos pasos del proceso de selección». Como nombres ficticios se empleaban Alba o Álvaro Martínez García (son los dos apellidos más frecuentes en Cataluña) para los solicitantes «españoles» y Laia o Jordi Puig Solé para los solicitantes «catalanes».
Recuerden que todos los solicitantes tenían el mismo currículum. El mismo, idéntico. La probabilidad de ser rechazado de entrada era 25 % mayor en el grupo de los solicitantes con apellidos «españoles» que en el grupo de los solicitantes con apellidos «catalanes». Pero también el rechazo era un 23 % mayor si los solicitantes eran asiáticos o del este de Europa, un 27 % si eran subsaharianos y un 28 % si eran europeos occidentales, norteamericanos o sudamericanos. Luego seguía la criba en las fases posteriores del proceso de selección.
Los autores del estudio afirman que la lengua es una barrera. El empresario presupone que alguien con apellidos «españoles» o cualesquiera otros que no sean «catalanes» no sabrá hablar en catalán y no seguirá leyendo su currículum, en el que se dice, explícitamente, que habla y escribe perfectamente en catalán y castellano. Como si no hubiera Martínez o García que llevasen generaciones viviendo aquí, por Dios, que todos somos catalanes. La discriminación es más que evidente, es dolosa. Más si se compara con el resto de España, donde la máxima diferencia es una probabilidad de rechazo un 11 % mayor si el solicitante es subsahariano o un 8 % mayor si es europeo occidental o norteamericano; si no, hablamos de un rechazo apenas un 2 o un 3 % superior.
'UN DELS NOSTRES'
Los autores del estudio también concluyen que las personas con apellidos «catalanes» están sobrerrepresentadas en la élite política y las instituciones públicas, porque considerar que son el grupo mayoritario «no es realista ni desde el punto de vista histórico ni en su contexto». Pero añade que «sin embargo, los resultados muestran muy claramente su ventaja en el mercado laboral sobre aquellos candidatos con otros apellidos». Concluye diciendo que, en otras palabras, pertenecer a una minoría nacional en España no es ninguna desventaja, pero en Cataluña se da el caso contrario, pues pertenecer a esa minoría privilegiada te abre muchas más puertas. Eso es esencialmente injusto.
Pero también explica por qué casi una cuarta parte de los habitantes de Madrid han nacido en otra parte de España y por qué esa cifra se reduce a sólo uno de cada seis en Barcelona. Barcelona crece menos que Madrid. Aunque duela decirlo, Madrid atrae más porque busca el talento, mientras que nosotros buscamos que sea «un dels nostres».
Es una razón más para afirmar que tantos años de tontería nacional nos han hecho mucho daño, y el que vendrá.