Los republicanos gobiernan en la Generalitat, pero saben que no tienen la fuerza suficiente y que, con toda probabilidad, no la tendrán en el futuro. La política catalana está a punto de iniciar una nueva etapa, y algunos actores se preparan para ello. No lo hacen con gusto, pero la realidad es la que marca y obliga a tomar decisiones difíciles. Esquerra Republicana, que lleva años pensando que el mundo ha sido muy injusto con sus siglas, que debería ser más respetada y que ya le toca gobernar en todas las administraciones –es curioso que así lo crean—tiene un problema gordo en Barcelona, porque por propia voluntad se ha atado a un único posible socio: los comunes, con o sin Ada Colau.

Los dirigentes de ERC han escogido un único camino, de izquierdas dicen. En algunos momentos, durante este mandato, han presionado a los comunes, con posiciones más cercanas a la CUP. Pero, al margen de cuestiones ideológicas, --ERC ha querido ser un poco liberal, algo socialdemócrata, con gotas antisistema, ahora señala que ya lo tiene claro—el problema del partido de Oriol Junqueras, y de Ernest Maragall es que solo puede llegar a un acuerdo con los comunes. Y si no se produce la suma necesaria, no gobernará en la capital catalana, que es su gran sueño. Puede eso sí, facilitar un gobierno municipal a los comunes, para garantizarse el apoyo del partido de Colau en el Parlament. Pero, ¿será eso suficiente, o supone un vuelo muy corto?

Los republicanos, que aseguran que han realizado un esfuerzo para adaptarse a la realidad, y que a partir de ahora se dedicarán a gestionar sin perder nunca ese horizonte ideal de la independencia, no quieren saber nada de los socialistas. Ernest Maragall, que le debe buena parte de su carrera política a los socialistas –da más la organización al político que éste a las siglas—tacha al PSC de continuista, de conformista, y cree que la ciudad debe transformarse con mucha más ambición. ¿Cómo, en qué dirección, y con quién? ¿Con los comunes de Colau? En los foros económicos, Maragall muestra sus discrepancias con la gestión de los comunes, con la política de movilidad –más bien de inmovilidad--, con las medioambientales, con las que apuestan por el decrecimiento…Pero ERC está atada a esa fuerza política, no tiene más socios posibles, una vez ha decidido apartarse por completo de los ‘perversos’ socialistas y de los ‘corruptos’ de JxCat, herederos a ojos de ERC –siempre los verán así—de la Convergència del 3%.

Ante esa evidencia, muchos de los votantes de ERC pueden considerar que sus dirigentes se equivocan con esa camisa de fuerza. Y el desvío de electores puede ser considerable si Xavier Trias presenta su candidatura. El vecino o vecina de Barcelona del Eixample, de Sants o de Les Corts, por situar tres ejemplos, por muy republicano que se sienta, es cada vez más consciente de que la fórmula Colau no puede representar el futuro de Barcelona. Y puede apostar o por la abstención o por ‘fer un salt’ y dar su voto a otros candidatos.

No se trata de la veteranía de Maragall, de si está cansado o de si ya ha perdido la ilusión. El problema de ERC no es Maragall. De hecho, la política de los últimos años lo que está demostrando es que se necesitan políticos viejos y profesionales, más que jóvenes y activistas. El gran obstáculo es atarse a los comunes, como única opción para lograr la alcaldía.

A la vuelta de la esquina se inicia una nueva etapa, y, les guste o no a los independentistas, les tengan más o menos manía, en el centro estarán los socialistas. Y si ERC no quiere saber nada de ellos, otros sí buscarán un guiño que les permita cogobernar. Todos los actores se preparan, y, especialmente, algunos que ahora se camuflan bajo las siglas de JxCat. Lo veremos.