Xavier Trias ha dado el paso. Tenía unas ganas locas de hacerlo, aunque necesitaba algunas garantías por parte de su partido, JxCat. Ese era el argumento, pero la mayoría de requerimientos del ex alcalde no se han cumplido. Da igual. Trias cree que la ciudad le debe ofrecer una segunda oportunidad, después de una campaña electoral, en 2015, en la que se difundieron informaciones falsas sobre una hipotética cuenta en Suiza. Trias no supo reaccionar en la noche de las elecciones, y felicitó a Ada Colau, sin intentar algún pacto alternativo. Colau fue alcaldesa y ahora Trias tiene clara su nueva misión: contribuir de forma decisiva para que el socialista Jaume Collboni sea alcalde de Barcelona, con un buen resultado electoral para él, suficiente como para resarcirse de lo ocurrido en 2015 y decir bien alto que habrá sido determinante para que Colau no repita con un tercer mandato al frente del consistorio. ¿Una gloria suficiente?
Una gloria que valorará una parte importante de las clases medias a las que pretende representar Trias. Los sectores económicos, asociaciones de comerciantes, profesionales liberales, y otros colectivos valoran la decisión del que fuera mano derecha de Jordi Pujol. Trias conecta con una forma de hacer que se añora, que se mueve en esa zona templada en la que se ha movido la sociedad catalana durante muchos años. Es cierto, sin embargo, que la situación ha cambiado mucho en la última década. En la campaña electoral, Trias comprobará que ya no estamos en una Barcelona dominada por esa especie de comunión sociovergente, de paños calientes. Y que la ciudad no lo acogerá como el gran héroe, el veterano que sale al rescate del buen nombre de la capital catalana. Pero sí tendrá el apoyo necesario para conseguir su objetivo: facilitar la alcaldía a Jaume Collboni, con quien coincide en el talante y en el programa económico y social de la ciudad.
Trias gana, y también Collboni, aunque la candidatura del ex alcalde pueda restar un pequeño porcentaje de votos al PSC. Y gana, principalmente, JxCat para intentar algo que ha resultado imposible en los últimos años: un aterrizaje hacia la realidad, hacia la necesidad de ejercer la política en su más noble acepción: negociación y pacto. Su partido, --la gran mayoría de la dirección-- deseaba ese paso de Trias para aferrarse a algún pilar institucional. Porque Trias puede posibilitar el cogobierno municipal en Barcelona, y eso para JxCat es fundamental en su competición enfermiza con Esquerra Republicana.
En el haber de Trias no todo es de color de rosa. Ni mucho menos. Como alcalde, algunos consideran, como el filósofo Manuel Cruz, que vivió de las rentas del alcalde socialista Jordi Hereu. Tuvo algunos errores graves, como se evidenció en el conflicto de Can Vies y en la gestión de casos de okupación, como sucedió en Gràcia. Pero también proyectó viviendas sociales, con la colaboración público-privada que ahora Colau, al final de su mandato, ha decidido rescatar.
La cuestión es que el paso de Trias deja en evidencia un fenómeno político: ¿No eran los ‘nuevos’ los llamados a ‘salvar’ las instituciones desde el poder? Esos nuevos, si pensamos en los comunes de Ada Colau, o Ciudadanos en el conjunto de España, no han estado a la altura. Y vuelve un señor mayor, veterano, con mucha gestión a sus espaldas, para tratar de encauzar una ciudad muy desorientada por las decisiones tomadas desde el gobierno municipal, desde las superillas hasta el desastre de la gestión sobre la vivienda social.
La ciudad no es la misma que dejó Trias en 2015, no será el héroe electoral que muchos podrían haber soñado, pero puede contribuir a un cambio mayúsculo en toda la política catalana, comenzando por Barcelona: hacer que JxCat sea algo útil, con un acercamiento al PSC de Collboni y dirigido por Salvador Illa. A partir de este martes comienza una nueva etapa. Trias ha vuelto.