Las ciudades se expresan a través de sus ciudadanos más ilustres, los que consiguen comunicar mucho más que lo transmiten a través de sus profesiones. Con Joan Manuel Serrat sucede algo muy concreto y diáfano. Su obra artística y su posicionamiento político de siempre le aproximan mucho a lo que ha sido Barcelona en las últimas décadas. Algún comentarista ha señalado que Serrat es un ‘bien queda’. Se trata de Arcadi Espada, que señala, a modo de mero notario de la realidad, que el noi del Poble Sec escogió con precisión su repertorio en su último concierto en el Palau Sant Jordi, para no herir las sensibilidades de esa llamada ‘nueva izquierda’ y cantar casi al 50% en catalán y en casellano. “No es el concierto que se esperaba”, dide Espada que escuchó en el auditorio, asegurando que Serrat tiene muchas más y mejores canciones en castellano que en catalán. Lo del ‘bien queda’ puede ser interesante para describir a una gran parte de la elite barcelonesa, que nunca acaba de decantarse por nada. Esa apreciación merece, sin embargo, muchos artículos futuros, si se quiere extraer una conclusión sobre cómo ha menejado esa elite política y económica la sociedad catalana desde la recuperación de la democracia. ¡Pero ya son ganas las de meterse con Serrat en el final de su carrera!
Porque Serrat tiene otra dimensión de carácter más social. Y el ‘bien queda’ puede servir para incidir en que, --tal vez—teniendo una obra más interesante en lengua castellana, haya querido buscar el equilibrio casi perfecto con la lengua catalana. Pero su apuesta no ha sido motivo para la duda. Estuvo y ha estado al lado de los socialistas catalanes desde la transición, porque consideraba que era la fuerza política que más y mejor representaba lo que él mismo había vivido: una burguesía liberal, ilustrada, progresista desde una procedencia con posibles, junto con una clase popular, obrera, procedente de otros pueblos de España. Eso es el PSC, un partido que es producto de diferentes corrientes y de sociologías completamente distintas.
Y eso es también Barcelona, una ciudad producto de muchas influencias a lo largo de su historia, que no ha querido ni puede decantarse por una apuesta identitaria única. Serrat es esa ciudad. Y por eso esa urbe de tamaño mediano, ya global, lo quiere con locura como se ha demostrado estos días.
Sus letras nos recuerdan una ciudad devastada, recuerdos de barrio y de formas de ser y de actuar que se han transmitido con el paso de los años. Si tiene una pega Serrat es que muchas de sus canciones provocan tristeza en las generaciones que lo escucharon desde la niñez, porque evocan a los progenitores, a vivencias que ya no volverán, a momentos que se han idealizado, aunque no fueran los mejores, precisamente. Y en esos temas hay denuncia social, costumbrismo y también esperanza política, y poesía por encima de todo. Es difícil, casi es algo mágico, que Serrat haya podido trasladar esa evolución social en sus canciones con tanto talento.
Tomemos ahora otro caso. La maravillosa Pilarín Bayés, ilustradora, dibujante, artista, que podría ser el estandarte de otra ciudad, distinta a la de Barcelona. Bayés es Vic, como Serrat es Barcelona, a pesar de que toda generalización tiene sus peligros. Pero las cosas son como son. En una entrevista muy recomendable, magnífica, en el programa Via Lliure de Rac1, que dirige Xavi Bundó, Bayés habla de su obra, de cómo se decantó por la ilustración, con sus dibujos, siendo consciente de que no aspiraba a ser una gran pintora o artista. Lo que quería era ser Pilarín Bayés y hacer lo mejor posible su trabajo. El interés de la entrevista radicó también en cómo ha aceptado Pilarín la muerte de su hija, y cómo debemos enfrentarnos a la muerte, con naturalidad. Y a la pregunta de Bundó, sobre qué le había causado más dolor en los últimos años, Pilarín Bayés no lo dudó: la actual situación de desorientación del movimiento independentista, que los políticos hayan echado a perder el gran apoyo social que tuvo durante todo el procés, con las grandes manifestaciones independentistas. “Queríamos un país mejor, se iba a hacer un país mejor”, señaló la dibujante, sin verbalizar, en ningún momento, que ese país se iba a construir con más de la mitad de los catalanes en contra, porque podía significar una ruptura traumática.
Y no hay nada que reprochar. Es lo que cada uno interioriza, lo que percibe y asume. En Vic, en muchos lugares de Cataluña, y también en muchos hogares de Barcelona, se pensó que era todo para mejorar el país, y que no se podía concebir que hubiera una gran parte de la sociedad en contra, que lo veía como una agresión.
En Barcelona, alguien como Serrat, vio ese movimiento como un grave error, impulsado por una clase política irresponsable. En Barcelona, un cantautor, del Poble Sec, que sufrió el enorme desgarro que supuso la Guerra Civil, como miles y miles de ciudadanos de toda España, se distanció y fue muy criticado por ello. En Vic lo triste es que ahora se haya desvanecido. Bayés lo dice con voz sincera.
Es lo que tenemos. Y es lo que habrá que asumir para mejorar el futuro. Pero ese final de Serrat es la mejor representación de lo que ha sido y es –veremos si lo seguirá siendo—la ciudad de Barcelona.