Joan Manuel Serrat, en el último concierto en el Palau Sant Jordi / EFE

Joan Manuel Serrat, en el último concierto en el Palau Sant Jordi / EFE

Vivir en Barcelona

De ‘Fiesta’ con Serrat: la pasión desbordada en el Sant Jordi

El noi del Poble Sec pide evitar la nostalgia y logra una conexión directa con varias generaciones que han vivido con sus canciones hasta su despedida

24 diciembre, 2022 17:41

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Una 'Fiesta', la que Serrat quería, la que tenía preparada. Su canción, esa para el final, Fiesta, y una fiesta desde el inicio, con la mayor conexión con el público que se recuerda por parte de un artista que se siente querido. La pasión, la de varias generaciones con las que ha conectado Serrat a lo largo de su carrera, se desbordó este viernes en el Palau Sant Jordi. Su último concierto, su último directo con su público, que es barcelonés, catalán, español y universal. Joan Manuel Serrat dijo adiós en Barcelona, con la convicción de que sus canciones se mantendrán para siempre en los corazones de millones de personas.

Todo empezó con una guitarra y con el tímido deseo de un chaval que le cantaba al amor y a esos primeros descubrimientos.

Calle Poeta Cabanyes del Poble Sec, un barcelonés de barrio humilde. Su viaje de mil millas empezó con un primer paso. Fue a Radio Barcelona, en la calle Caspe, número 6, al programa Radioscope que presentaba y dirigía Salvador Escamilla (mi padre). Aquella primavera del año 1965 Joan Manuel tenía 22 años y un repertorio de cuatro canciones, entre ellas Una guitarra.

Era un disciplinado y brillante estudiante. Lo de la música se lo tomaba como un divertimento. Con unos amigos crearon lo que por aquel entonces se denominaba un conjunto musical. Joan Manuel cantaba, y hacían versiones de los hits sesenteros del momento.

Salvador Escamilla le hizo una prueba, lo contrató, le pagaba 1.500 pesetas al mes para que fuera a su programa de radio y cantara. Inmediatamente después lo acompañó a grabar su primer disco en Edigsa. Lo presentó en público, en su primer concierto. Y a partir de ahí estalló todo. Un éxito alucinante desde el minuto uno. La gente, tanto los adolescentes como las señoras y señores de aquellos años (su público siempre fue intergeneracional), escuchaban hipnotizados su timbre de voz, aquella emoción concentrada en la garganta, y esas letras-poema tan absolutamente conmovedoras, maduras y reflexivas, a tan temprana edad. Serrat fue un sabio desde que escribió la primera canción. Un joven que ya había comprendido de qué va la vida. El amor que viene y se va. Nacer, luchar, desaparecer. La vida y la muerte bordada en la boca.

Serrat, en su último concierto en el Palau Sant Jordi / EP

Serrat, en su último concierto en el Palau Sant Jordi / EP

 

Este viernes 23 de diciembre de 2022, a las 21h, estoy en el majestuoso Palau Sant Jordi sentado en una confortable zona de platea. Tengo una visión central y completa de todo lo que va a suceder sobre el escenario. Minutos antes del inicio del concierto, el azar pone a mi lado a Manel Anoro. Tocaba en el conjunto de versiones de Serrat. Eran cuatro, Anoro, Romeva, Nogués y Serrat. Me cuenta anécdotas alucinantes. Ensayaban en una tienda en la calle Olzinelles, en Sants. Me dice, sincerísimo, que enseguida descubrieron que había tres (ellos tres) que no tenían ni idea de música. Eran absolutamente conscientes de que Joan Manuel era el único que controlaba aquel asunto de cantar canciones.

Le empujaron a ver a Escamilla a Radio Barcelona. Me cuenta que sonaba una canción de moda en la radio, Serrat llegaba al local de ensayo y encontraba los acordes enseguida, y se ponía a cantar. Pim, pam, pum. Lo agarraron por las orejas y se lo llevaron al programa de mi padre. Anoro y Serrat estudiaban juntos para convertirse en peritos agrícolas. También hicieron la mili juntos, en Castillejos. Serrat pillaba una guitarra, tocaba y se ponía a cantar, en ese rancio ambiente castrense, y embelesaba a toda la concurrencia. Talento natural. Me dice que Serrat sigue siendo el mismo que en aquellos primeros años, siguen cenando juntos y es uno más entre ellos. Me confiesa que no se le han subido las burbujas del champán de la fama a la cabeza. Es tal com raja.

Coincido con Fermí Puig, un sabio historiador especialista en la Cançó Catalana. Me cuenta que Serrat fue el número 13 de Els Setze Jutges. El primer concierto en Sant Feliu de Llobregat fue muy curioso… Cantaron Serrat y unos cuantos más de la cançó pero, por lo visto, aquella misma noche, actuaba en Barcelona, ni más ni menos que Charles Aznavour. Así que tocaron tres o cuatro temas cada uno, a toda castaña, y se largaron a ver al mito francés. Aquellas pequeñas cosas d’un temps i d’un país.

Arranca el concierto con Temps era temps. Los recuerdos, los cromos de la infancia, la mirada hacia atrás.

Serrat agradece al público que estén a su lado, hoy y siempre, y proclama solemnemente su despido por voluntad propia. Pero nos cuenta que ha venido a despedirse de todos nosotros con alegría, porque esto es una fiesta.

EL ROJO EN TODAS PARTES

"Dejen a un lado la nostalgia. Nada de nostalgias esta noche. Y sobretodo no se sequen las lágrimas con la manga del que tengan a su lado sentado".

Cançó de bressol es la segunda canción, y luego la enlaza con El carrusel del furo.

Nos cuenta, en tono confidente, que el protagonista de esta canción es Manuel, su abuelo, y que lo del Furo era un apodo. Por lo visto, su propio nieto (Serrat), pensó en convertirlo en feriante, a través de una canción. Aunque en realidad su abuelo fue el secretario del ayuntamiento de su pueblo. Era un hombre tranquilo, normal.

Luego nos canta Pueblo blanco”, Seria fantàstic i Me’n vaig a peu.

En cuanto empieza a entonar No hago otra cosa que pensar en ti, me quedo embelesado con unas imágenes muy bien escogidas. Para cada canción Serrat ha previsto un paralelismo visual, imágenes que se despliegan sobre un enorme video wall. Asistimos a una lluvia de instantes concatenados en rojo. Una manzana roja (el pecado, el deseo), unos labios de carmín, una rosa roja, unas uñas rojas de mujer, un abanico rojo, un semáforo en rojo (los tres discos están en rojo), unas gafas de sol rojas en forma de corazones al estilo Lolita, un par de cerezas, una copa de coctel rojo, un zapato de tacón de charol rojo, un guante de boxeo de cuero rojo, un puro habano encendido, un juego de naipes con corazones rojos, una señal de tráfico roja de Stop, el logo de los Rolling Stones (esa icónica lengua descarada) y, finalmente, una hamaca roja para echarse la siesta.

Joan Manuel Serrat, en el Palau Sant Jordi, en su concierto de este viernes / EFE

Joan Manuel Serrat, en el Palau Sant Jordi, en su concierto de este viernes / EFE

En cuanto suena el temazo Algo personal, Anoro (uno de los tres amigos que tocaban versiones con Serrat), mi azaroso vecino de butaca, me dice que mire la pantalla, que esos dibujos son obra suya. Al parecer se ha convertido en un afamado pintor que expone sus obras por medio mundo.

Serrat nos habla del cambio climático, y nos dice que escribió una canción al respecto, hace ya casi cincuenta años, intuyendo los desastres futuros que ya son presentes. Canta Pare. Después la emotiva Cançó de matinada.

Le siguen un par de temas compuestos a partir de poemas de Miguel Hernández: Las nanas de la cebolla (poema de Hernández y música de Alberto Cortez) y Para la libertad. Después Serrat nos canta El meu carrer, recordando su calle, Poeta Cabanyes, una parte de la ciudad. Y todo bien enlazado, argumental y emotivamente hablando, nos ofrece su gran homenaje a toda la ciudad que le vio nacer, Barcelona i jo.

Luego Es caprichoso el azar, inspirada fabula romántica que grabó a dúo con la cantante israelí Noa, y que ahora despliega ante nosotros con Uixi Amargós, virtuosa de la viola y cantante de gran sutileza. Con el icónico Hoy puede ser un gran día encara la recta final del concierto.

Serrat, emocionado, en el concierto en el Palau Sant Jordi / EFE

Serrat, emocionado, en el concierto en el Palau Sant Jordi / EFE

Y suenan los primeros acordes de La tieta, con un acertado paralelismo con imágenes alegóricas de fondo de cuadros de Eduard Hopper. Una mujer sola sobre su cama, mirando por la ventana. El pintor que mejor retrató la soledad existencial.

Escuchando por enésima vez esta enorme canción-cuento, vuelvo a sorprenderme. Cómo es posible que un chaval de poco más de veinte años pueda escribir una historia humana tan llena de matices, recovecos y emociones profundas. Esa madurez avant la lettre.

Luego nos obsequia con su Mediterráneo. Gran canción entre sus canciones. Todo cancionero que se precie contiene una joya de la corona. Esta es nuestra gran joya serratiana. Después Plany al mar, y como casi final de concierto la inmensa Cantares. Cuando canta a Machado y nos dice “todo pasa y todo queda”, pienso en la obra de Serrat. Va a quedar instalada en todos y cada uno de nosotros. Y cuando dice aquello de “nunca perseguí la gloria”, yo me digo a mi mismo: caramba, Joan Manuel, aquellos que no buscan, ni anhelan, ni persiguen nada, lo acaban encontrando. Toda la gloria es tuya, y lo será para siempre.

VOLVER AL ORIGEN

Pero Serrat nos advierte de que todo lo que empieza tiene que acabar. Lo importante es que acabe bien. Como este concierto. Comparte con nosotros que cantar y escribir canciones le ha permitido recorrer un sinfín de caminos y conocer a gente maravillosa.

Canta Paraules d’amor, uno de sus talismanes, y aquí sí que nos ponemos a cantar absolutamente todos. Hace tan solo unos años, en los conciertos, la gente encendía mecheros, para hacer esas lucecitas entre el público, al estilo plaga de luciérnagas. Hoy, cada lucecita que vemos, es un smartphone en modo linternaY acaba el concierto con Fiesta. Su calle, la fiesta en su propia calle, y este concierto y toda su vida entera. Todo fue y es una enorme fiesta.

Termina diciéndonos que no puede bajar del escenario esta noche sin agradecerle todo lo que le ha sucedido a la vida, a sus padres, a su mujer e hijos, sobrinos y nietos. Y generoso como siempre ha sido, hiperconsciente de cuanto le rodea, Serrat recuerda agradecido a tres compañeros y amigos que le acompañaron a lo largo de tantos años. Salvador Escamilla, Quico Sabaté y Joan Ollé.

Ya se han marchado todos los músicos y Serrat se queda solo frente al  público. Tan solo, sobre las tablas, su guitarra y él. Canta Una guitarra. Fue una de sus primerísimas canciones.

Han pasado sesenta años de éxitos ininterrumpidos, viajes por el mundo, besos y versos en la boca. Y ahora Serrat vuelve a empezar, como cuando era un adolescente, él y su guitarra, nada más. La fragilidad no necesita disfraces.

Primer els amics arriben.

Quan els amics se'n van,

sols queda una guitarra

per fer d'acompanyant.

Y llegados a este momento, yo que soy un poco fantasioso y algo fabulador, cierro la crónica apasionada de esta fiesta imaginando que Joan Manuel sale del Palau Sant Jordi solo, absolutamente solo, con las manos en los bolsillos y, xino xano, a paso muy lento, llega a la calle de sus primeros años, Poeta Cabanyes. Tan solo son unos cuantos minutos a pie. Se planta bajo la ventana que da a la calle, el comedor de su infancia, y todo vuelve a empezar de nuevo.

Ser original es volver al origen.