El título de este texto es el mismo de una película rodada en 2015 y dirigida por Dani de la Orden que puede verse aún en alguna de las plataformas televisivas. Es la segunda parte de otra anterior titulada Barcelona, noche de verano. Contra los que sostienen que nunca segundas partes fueron buenas, en esta ocasión la segunda es muy superior a la primera. El filme invernal ofrece un par de hallazgos muy interesantes: el primero es que, en la mayoría de los casos, las decisiones importantes las toman las mujeres, que aparecen muy “empoderadas”, por utilizar una palabra horrorosa pero de uso ya frecuente; el segundo consiste presentar unos personajes que hablan indistintamente en catalán o castellano, sin problemas en la inmensa mayoría de los casos. Es decir, es un fresco de la Barcelona del presente. Porque en la ciudad lo que habitualmente ocurre es que ambos idiomas conviven pacíficamente y las chispas estallan, sobre todo, cuando intervienen las administraciones. Por ejemplo, el Ayuntamiento de Barcelona o el Govern de la Generalitat.
Están también los que viven del momio de anunciar cada 15 días el grave peligro que sufre la lengua catalana. Hay dos entidades especializadas en el catastrofismo: la llamada y subvencionada Plataforma per la Llengua y Òmnium Cultural. A veces se suma la Assemblea Nacional Catalana, aunque a esta entidad la cuestión lingüística solo le interesa como combustible para atizar el conflicto social.
Acaba de hacerse público un muy interesante estudio: El deure dels periodistes amb la llengua, firmado por Pol Cervera. Es un análisis del catalán que utilizan los periodistas en los medios de comunicación, hecho a partir de diversos análisis, con el añadido de una encuesta hecha a 50 profesionales de la lengua catalana (correctores, asesores lingüísticos y filólogos).
La gran ventaja de este análisis es que pone el foco sobre el problema de origen: los profesionales no dominan su principal instrumento de trabajo porque la formación recibida “es pobre”. Y no solo eso: “el nivel de competencia lingüística en catalán de los periodistas que ahora empiezan a ejercer es más bajo que el de generaciones anteriores”. Es decir, el problema empieza en unos planes de estudio que no son capaces de conseguir que los profesionales dominen el idioma en el que se supone que van a trabajar. El estudio se centra en la lengua catalana, pero si se hiciera sobre el uso de la lengua castellana seguramente proporcionaría resultados muy parecidos. Y no se trata de lapsus como los que recoge semanalmente Isaías Lafuente en la Cadena Ser, se trata de un conocimiento insuficiente de la lengua de trabajo.
En este caso, Òmnium y la Plataforma se apresuran a detectar un enemigo exterior que arrime el ascua a su sardina. La culpa, dicen, es de Madrid. Pero es difícil sostener esa afirmación porque el conocimiento insuficiente del idioma (el catalán y el castellano, del inglés mejor ni hablar) se da en casi todas las carreras universitarias, pese a que el Govern tiene desde hace 40 años competencias plenas en materia educativa y aplica la denominada “inmersión lingüística”. Se supone que todos los catalanes que pasan por la escuela, aunque no vayan a la Universidad, terminan con un dominio suficiente de la lengua. Si cada vez que se hace un estudio se detecta que no es así, igual hay que mirar hacia lo que se hace en las aulas. Si se prefiere más claro: igual, la educación en esta materia es muy mala. Lo que puede deberse a dos razones: los planes de estudio son un desastre o los profesores son malos. Cabe también que sean verdaderas ambas partes de la disyunción, pero eso sí que sería algo terrible.
Es comprensible que entidades como Òmnium y la Plataforma no quieran mirar al Govern que las subvenciona. El día que lleguen a una conclusión no catastrofista, su papel se acaba y la subvención también. En cualquier caso, conviene tener presente que cada vez que alguien sostiene que el catalán decae tiene la obligación de plantearse qué ha hecho mal el Departamento de Educación del Govern y dejar de buscar enemigos interiores. Igual el enemigo está dentro y sabotea cualquier proyecto formativo. Pero no por mala fe, sino por pura incompetencia.