Ya tenemos el Mobile encima y nuestros queridos hoteleros se disponen, una vez más, a hacer su agosto a finales de febrero. El mal rato que han pasado (con la pandemia) alguien lo va a pagar, y parece ser que el pagano va a ser el congresista que se acerque por la célebre feria de los teléfonos móviles y las novedades tecnológicas en general. Ya sabemos que la ley de la oferta y la demanda es implacable, y que, a mayor necesidad de algo, mayor es el precio de ese algo. Pero en el caso que nos ocupa yo diría, como si fuese italiano, que manca finezza.
Durante los días del Mobile, el precio medio de una habitación de hotel en Barcelona se va a poner en los 312 euros por noche; es decir, que costará un 227% más que la semana anterior. El deseo de asestarle un buen clatellot al congresista, o a la empresa que le financia el desplazamiento a la millor botiga del mon, resulta más que evidente, pero no deja de sorprenderme que este abuso se plantee con la mayor naturalidad del mundo. Pregunta: ¿por qué me suben de esa manera el precio de los hoteles? Respuesta: porque queremos sacarle hasta las tripas, querido congresista; hasta hemos calculado que, entre papeos y copas, se va usted a dejar unos 300 euros diarios en nuestra querida ciudad. Tras unos sencillos cálculos, uno llega a la conclusión de que cada enviado especial al Mobile (teniendo en cuenta que la estancia suele ser de cuatro días, con sus respectivas noches) se dejará 1.248 euros en alojamiento y unos 1200 en empapuzarse y emborracharse, lo cual nos da unos gastos generales de 2.448 euros por barba. No sé si los resultados de dejarse ver por el Mobile van más allá de lo bien que se lo han pasado los señores congresistas comiendo, bebiendo y hablando con sus colegas internacionales, pero intuyo que debe haber maneras menos onerosas de participar en la gran fiesta de la industria de la telefonía móvil. Por no hablar de la impresión de sacacuartos que ofrecen nuestros sectores de la hostelería y la restauración y, por extensión, todos los barceloneses, a los que solo nos falta dar la bienvenida a los visitantes cantando aquella canción de Bienvenido, mr. Marshall que decía: ¡Americanos, os recibimos con alegría! ¡Viva el tronío de ese gran pueblo con poderío!
Hace un montón de años, cuando el breve período de esplendor de los comics en España, recuerdo una visita a León de los colaboradores de Cairo y El Víbora en la que el gran Juanito Mediavilla, que en paz descanse, le espetó al organizador de las habituales jornadas moderniquis, un buen chico apellidado Ferrajón (y rebautizado como Ferrajón de León), la siguiente inconveniencia: “Ferrajón, no nos vamos a ir de aquí sin haberte sacado previamente hasta las tripas”. Lo cual, traducido al castellano, quería decir que pensábamos alojarnos, comer, beber y drogarnos a costa de la modernidad local. La actitud de nuestros hoteleros con los congresistas del Mobile es muy similar, aunque no es lo mismo una amenaza humorística de un dibujante underground que la de un sector teóricamente respetable como la hostelería.
Aunque solo fuese por salvaguardar el buen nombre de la ciudad (si es que aún nos queda de eso), alguien debería decir a hoteleros, restauradores y dueños de bares que no resulta especialmente elegante subir exponencialmente los precios de sus cosas para esquilmar a nuestros visitantes. Sí, lo sé, la ley de la oferta y la demanda es de las pocas que se cumplen a rajatabla, pero… ¿Nadie advierte el descaro en esas subidas de precio desquiciadas? Ya sé que no son ilegales, pero no sé si nos dejan muy bien como ciudad. Más bien creo que nos equiparan a los habitantes de Villar del Río en su espera inútil del maná norteamericano procedente del plan Marshall (que en España ni olimos por sufrir un régimen dictatorial).
Creo que el ayuntamiento de Barcelona debería pedir un poquito de por favor a los cazadores de turistas, que se comportan con una desfachatez que, curiosamente, es considerada como normal por la mayoría de la población. Sé que estoy muy solo con estas muestras de ética aplicada (ya lo decía Manolo Escobar: Porque en España lo que cuenta es la hidalguía…) y que igual me estoy metiendo donde no me llaman, entre otros motivos porque no pienso poner los pies en el Mobile. Pero los de De España, como representantes de una aristocracia tronada, venida a menos y de escasos posibles, aún creemos en los gestos. Probablemente, somos los únicos en pensar así en una ciudad cuya principal ocupación es quejarse del turismo mientras se sangra a los turistas todo lo que se puede. Por no hablar del posible pan para hoy y hambre para mañana. ¿Qué será de nosotros cuando los capitostes del Mobile descubran un lugar que le sale más barato a la industria de la telefonía móvil? No parece que tal descubrimiento vaya a ser inminente, pero tengo la impresión de que lo estamos propiciando con esta práctica del esquilme sin tasa al visitante tecnológico.