Ramón Tamames no es el único representante de la tercera edad que cree estar hecho un potro. En Barcelona tenemos a dos señores asaz provectos que aspiran a convertirse en el próximo alcalde de la ciudad, Xavier Trias y Ernest Maragall (también conocido como el Tete a causa de haberse tirado toda la vida a la sombra de su hermano Pasqual). Mientras el primero intenta aparentar que no tiene nada que ver ni con la Convergencia de antes ni (¡lagarto, lagarto!) con la de ahora, el segundo, dando muestras de esa típica fe de los conversos, sobreactúa de independentista e incluye entre sus promesas electorales la promoción del catalán, idioma que, según él, sufrió un fuerte retroceso en Barcelona durante la primera (y puede que única) administración Trias.
Si nos atenemos a principios prácticos, hay que reconocer que ambos candidatos tienen a su favor la veteranía en asuntos municipales: Trias ya fue alcalde una vez, y Maragall entró en el ayuntamiento barcelonés en la época del ínclito Porcioles (cuyas trapisondas aún están en la mente de los más viejos del lugar, entre los que me incluyo, aunque, al igual que los dos alcaldables, también me siento hecho un potro). Según el Tete, se metió en el ayuntamiento no para tener un trabajo asegurado para toda la vida, como pensamos algunos malintencionados, sino, por propia confesión, para combatir al régimen franquista desde dentro (aceptamos pulpo como animal de compañía). O sea, que el hombre es una versión nostrada de Leonard Cohen cuando cantaba aquello de: They sentenced me to 20 years of boredom for trying to change the system from inside (Me sentenciaron a 20 años de aburrimiento por intentar cambiar el sistema desde dentro).
Aunque, en realidad, la sentencia del Tete consistió en ser siempre el hermano de Pasqual, que era el político brillante que lo hacía quedar a él como un simple funcionario. Esa situación debe ser de las que molestan y hacen pupa: de ahí lo de salirse del PSC tras décadas de militancia a las órdenes de su hermano, lo de afiliarse a ERC y lo de convertirse en indepe de la noche a la mañana, algo de lo que nunca había dado señales durante su larga afiliación al socialismo catalán. Ahora, el Tete quiere ser él mismo, su propia persona, un líder político como lo fue su hermano Pasqual, desactivado desde hace unos años a causa de un implacable Alzheimer. Por eso le han molestado tanto esos desagradables carteles que han colgado sus enemigos (todavía no identificados) y en los que se llama a la población, literalmente, “a sacar al Alzheimer de Barcelona”, maniobra que une a la miseria moral de la propuesta algo que le recuerda al Tete quien es: el hermano de Pasqual, cuyo rostro aparece sin venir a cuento y de manera asaz cruel en los carteles de marras junto al candidato de ERC. Para la pandilla de indeseables que ha colgado esos carteles, Ernest Maragall está condenado a ser el Tete por los siglos de los siglos. Y la campaña, por repugnante que nos parezca, ha conseguido su principal objetivo: recordarle al Tete que el listo de la familia era su hermano.
Cualquier psiquiatra se podría hacer de oro con las obsesiones de Ernest Maragall, que se resumen en una: ser alguien en el mundo de la política catalana. En las anteriores elecciones, ya fue empujado a las tinieblas por Ada Colau (gracias a la colaboración de Manuel Valls). Y yo diría que para las del próximo mes de mayo no está dispuesto a que otro senior citizen le gane la partida. De ahí que, de momento, parezca haberse olvidado de los demás candidatos (más allá de algún zarpazo esporádico para el PSC en general y Jaume Collboni en particular) y se haya centrado en el doctor Trias i Vidal de Llobatera, al que, si es preciso, acusa de cosas tan indemostrables como el supuesto retroceso del catalán durante su administración.
Mientras estuvo en el PSC, a Ernest Maragall no se le ocurrió decir ni pío sobre la situación del catalán en Cataluña y en Barcelona. Tenía tan asumido su papel de segundón que se limitó siempre a seguir las instrucciones de su hermano Pasqual y a pasar, no sé si voluntariamente, desapercibido. Para convertirse en sí mismo tuvo que abandonar a su partido de toda la vida, hacerse indepe e interpretar el papel de cruzado de la lengua catalana. Y hay que reconocer que el cambio de chaqueta (o la evolución ideológica, si nos ponemos piadosos) no le ha salido del todo mal, ya que ha empezado a hacerse notar cuando la mayor parte de la gente de su edad accede a la jubilación. Convertido el Tete en un nacionalista de piedra picada, Manuel Valls nos lo quitó de en medio hace unos años, y el hombre se está tomando las próximas elecciones municipales como una revancha, centrándose en la figura de Xavier Trias e ignorando al otro candidato con posibilidades de ganar, Jaume Collboni, al que debe de encontrar demasiado joven como para prestarle atención.
Ser alcalde de su ciudad es lo único que le queda al Tete para culminar una carrera política no muy brillante y con ciertos cambios de chaqueta que no parecen especialmente éticos. Mientras Trias, que ha sido toda la vida un nacionalista moderado, se aleja como de la peste de los fans de Puigdemont (su eslogan es Trias per Barcelona, sin especificar a qué partido representa), Maragall sobreactúa de indepe y tiene el cuajo de acusar a Trias de haber contribuido al retroceso del catalán en Barcelona, como si no hubiera más elementos que podrían haber colaborado para llegar a esa supuesta situación. La acusación, eso sí, está bien urdida, pues equivale a tildar a Trias de botifler, baldón que aún cuenta con cierto atractivo para el sector indepe de la población.
En cualquier caso, si quiere hundir a Trias, yo creo que el Tete debería buscar temas que interesen más al barcelonés medio que el supuesto retroceso de un idioma que, independientemente de las plomizas campañas a su favor, goza de una mala salud de hierro.