Por Cristina Fornaguera y Llorenç Puig, profesores del Institut Químic de Sarrià (IQS – Universitat Ramon Llull)

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Este 2023 se cumplen 100 años de la visita de Einstein a Barcelona, y a continuación a Madrid. Para entonces, en aquel lejano 1923, el sabio alemán ya había sido galardonado con el Premio Nobel, y aun así su paso por nuestro país fue más bien discreto. Se cuenta que una mujer que, al verlo pasar junto a la comitiva, gritó: “¡Viva el inventor del automóvil!”. Más allá de la anécdota, la efemérides de esta ilustre visita podría llevarnos a algunas preguntas incómodas: un siglo después, ¿podemos decir que valoramos realmente el trabajo de los científicos? ¿Conocemos su labor o su día a día? ¿sabemos realmente qué es la ciencia?

La divulgación científica es imprescindible. Aunque a menudo no somos demasiado conscientes de ello, la ciencia está detrás de la multitud de gadgets electrónicos (como los móviles con su GPS satélite, por ejemplo), de instrumentos cotidianos (como los microondas o los auriculares inalámbricos), los instrumentos médicos o de cosmética (láseres para operar las cataratas, depilar o para utilizar como bisturí), o detrás de los medicamentos que necesitamos (por ejemplo para las terapias del cáncer, las prótesis, o las vacunas). Ciertamente los descubrimientos científicos nos acompañan más de lo que pensamos.

Por eso justamente pensamos que no debe entenderse la ciencia como una disciplina aislada de la sociedad y reservada sólo al grupo selecto de los científicos/científicas. La ciencia, de hecho, sólo toma sentido si puede ofrecer un servicio a la sociedad. Y, para conseguirlo, es necesario que se interpele a esta sociedad, que la hagamos sentir parte de la ciencia. Y esto sólo lo podremos conseguir con buenas campañas de divulgación. Como científicos/científicas, nuestra vocación es la de generar nuevo conocimiento a través de nuestras investigaciones, pero también transmitirlo a la sociedad a través de la docencia. ¡Nos apasiona la transmisión del conocimiento! Pero a veces, esta transmisión queda limitada sólo a ámbitos científicos, y deberíamos plantearnos todos juntos ampliar nuestro público, salir de nuestra zona de confort y acercarnos a la sociedad. Justamente esto es la divulgación.

Uno de los problemas es que es necesario tener claro cuál es el público objetivo en cada caso. Es evidente que no podemos realizar la misma actividad para un público adulto que para un claustro de maestros de secundaria o para unos alumnos de primaria. Pero aun así, tendemos a realizar actividades demasiado complejas y a veces incomprensibles para el gran público. No es fácil explicar en palabras sencillas una teoría de alta complejidad conceptual o formulismos matemáticos difíciles. Y más aún, hacerlo de manera profunda y a la vez amena y estimulante.

La divulgación es un arte, donde se necesita talento y formación. ¿Acaso una apuesta de futuro por la ciencia en nuestro país podría pasar por fomentar y preparar a personas adecuadas para la divulgación? ¿Y facilitar que las escuelas y los medios de comunicación como televisión, radio, prensa, tengan espacios divulgativos de calidad, que entretengan pero que formen y acerquen la ciencia a las personas?

En nuestro país tenemos ejemplos desde hace muchos años de magníficos programas de divulgación en las televisiones (las públicas especialmente, como TVE y TV3), y en algunos diarios había espacios semanales de divulgación científica. Es cierto que, viendo ahora algunos de los capítulos de estos programas, se nos harían demasiado largos o tediosos; eran otras épocas. Pero también es cierto que a veces sus herederos, en algunos casos, han evolucionado hacia un simple entretenimiento, o hacia una comprensión de la ciencia demasiado aplicada y comercial, confundiendo ciencia con tecnología y electrónica de consumo, dejando así menos peso para la ciencia básica que está en la base de la tecnología y lo que consumimos.

¿Cómo recuperar el gusto por la ciencia básica, para conocer más a fondo la realidad que nos rodea, que nos constituye así con cierta gratuidad? Fijémonos por ejemplo que Einstein, a quien mencionábamos al principio de este artículo, estudió unos fenómenos curiosos de interacción de los átomos con la luz en 1915, movido por su interés puramente científico. Y no fue hasta 40 o 50 años después que se vio que aquel conocimiento básico se podía utilizar por unos dispositivos que arrojaran una luz de características extraordinarias: el láser, que encontramos hoy en día.

¿Cómo podemos entonces sembrar semillas de vocaciones científicas en nuestros niños y jóvenes? ¿Cómo conseguir que la ciencia forme parte de nuestra sociedad, se deje de ver a los científicos como personajes extraños, y podamos animar a nuestros niños y niñas a ser la nueva generación de científicos y científicas del mañana? Seguramente la respuesta pasa por aprender a divulgar y valorar la divulgación científica.