Ha llegado la Semana Santa y los turistas vuelven a tener una presencia notoria en las principales ciudades de España. Una de las favoritas es Barcelona, que recupera toda su potencialidad después de los años de la pandemia del Covid. Con casi todo el turismo internacional recuperado –el norteamericano, y gran parte del asiático—Barcelona será uno de los destinos estrella, con un cambio significativo respecto a los últimos años: los servicios serán más caros, y, también, las noches de hotel. Los diferentes estudios elaborados se refieren a aumentos superiores al 22% en cuanto a una noche de hotel. ¿Es una mala noticia? No lo será si la ocupación acaba siendo mayor, y si los ingresos, descontando la inflación, son superiores.

Será, por tanto, una buena noticia, como explica el empresario, --él se considera un ‘tendero’—Enrique Tomás. Desde Badalona, y siempre con los pies en suelo, Tomás quiere facturar este año, --con sus tiendas dedicadas al jamón y sus máquinas de vending en el aeropuerto de El Prat—más de 200 millones de euros, doblando las cifras del año anterior. Tomás, como explica en una entrevista con Metrópoli, tiene claro cuál debe ser el secreto de un negocio: hacerlo lo mejor posible al menor precio posible, pero siempre que cuadren los números. Y eso, hoy, significa que los precios deben ser más altos.

Su experiencia le lleva a sostener esa cuestión, pese al miedo atávico de los empresarios del sector turístico, que siempre han pensado que la subida de precios puede llevar a los grandes operadores internacionales a promocionar otros destinos. Pero, ¿qué ciudad puede, realmente, competir con Barcelona, dentro de un gran radio europeo? Sólo las dos grandes, Londres y París, parecen jugar en una liga privada. Barcelona aparece como un destino idóneo, con margen para elevar precios, sin ahuyentar a ese turismo internacional, y creando, con ello, un círculo virtuoso: si se cobra más, se pueden pagar mejores salarios, y éstos pueden contribuir mejor a la Seguridad Social, y con esos recursos mejorar al conjunto de la sociedad.

Enrique Tomás no tiene miedo, de la misma forma que tiene precios distintos para sus bocadillos de jamón en función de la calidad de su producto. Los hay de 3,75 euros, y de casi nueve euros. Su razonamiento es que “no se puede ofrecer un café a 1,10 euros o un menú a 14 euros”. Eso, a su juicio, es perder dinero. Las cuentas no salen, entiende Tomás, que sólo entiende esa política para aquellos que no quieren contabilizar las horas que dedican a sus negocios, y se pasan en sus locales –porque son de su propiedad—horas y horas.

¿Se equivoca Tomás? Lo que apunta es que Barcelona debe ser ambiciosa y poner en valor su propio producto en el concierto internacional. Todo eso, claro, tiene externalidades negativas para el ciudadano local. Y de ello se deberá discutir en la campaña electoral de las elecciones municipales del 28 de mayo. Barcelona deberá decidir. Deben ser las administraciones públicas, el Ayuntamiento, pero también –principalmente—la Generalitat, las que ofrezcan servicios de calidad a los ciudadanos que lo necesiten. Pero la ciudad debe saber cuál es su modelo. Ahora es una especie de mezcla “entre Lloret y San Francisco”, según el economista Miquel Puig. Dependerá de todos de que esa mezcla se decante hacia la ciudad de la costa Oeste de Estados Unidos.