¡Oh, la saeta, el cantar /al Cristo de los gitanos, /siempre con sangre en las manos, /siempre por desenclavar!, escribió Antonio Machado en 1914. Corría 1977 en un bar de L’Hospitalet de Llobregat. Quince inmigrantes andaluces veían la Semana Santa de Sevilla en el televisor. Y la añoranza hizo acto de presencia. Cogieron cuatro botellas de cerveza como candelabros, una mesa con mantel, una estampa de la Virgen, improvisaron un paso y salieron a la calle como en una pequeña procesión.
Espontáneamente, algunos ciudadanos cantaron saetas y otros lloraban emocionados. Había nacido la que sería la Cofradía 15+1 cuando se sumó otro cofrade. Hoy, miles de personas acudirán a ver su procesión, que es una de las más importantes de Cataluña y la única laica de España. Mal vistos desde sus inicios por el párroco del barrio, sus estatutos son los de una entidad cultural y laica. No tienen sacerdotes, no están vinculados ninguna iglesia y desfilan hasta un hospital en lugar de ir a algún templo. Marcada por el respeto y la devoción de cada cual, sus pasos narran la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Con ayudas de la Junta de Andalucía, el Ayuntamiento de L’Hospitalet y la Diputación de Barcelona, son ya más de setecientos socios y la mitad tienen menos de treinta años. Cuentan con una escuela de saetas, otra de oficios especializada en imaginería, una agrupación musical propia, costaleros, capirotes, penitentes y setenta legionarios romanos con sus lanzas, tambores y cornetas. Las flores de los pasos son mimadas, bellas y frescas.
Entre cánticos, lágrimas y mucho sentimiento, los cofrades, sus familiares, amigos y miles de visitantes son la viva demostración de aquella machadiana “fe de mis mayores” que han cantado Serrat, Camarón de la Isla con Tomatito a la guitarra, Carmen Linares, India Martínez y tantas voces famosas y anónimas. Siempre tan andaluza, siempre tan escalofriante. Y así, paso a paso, andaluces y catalanes consiguieron que el obispo de Barcelona, Lluís María Martínez Sistach, reconociese por fin su “trabajo de acercamiento” a la misma iglesia que les había ignorado. Pidió perdón por ello y la cofradía lo aceptó. Símbolo de concordia, de fraternidad y de arraigo popular, la procesión de L’Hospitalet es famosa mucho más allá de término municipal y ya es parte de las tradiciones de Cataluña.
Gracias a ella, se crearon muchas otras en diversas localidades. Como la de La Mina, en 1981. Creció tanto que una vez construyó en unos almacenes un paso tan grande que, a la hora de la procesión, el Cristo crucificado no podía salir por la puerta. Hubo que desmontarlo, sacarlo a piezas y volver a montarlo en la calle ante la creencia, la paciencia y la mirada de los devotos. Por éstas y por otras muchas razones sentimentales en L’Hospitalet y en La Mina, barrio de tantos gitanos, hoy se siente en la piel y en el alma: ¡Oh, no eres tú mi cantar!/ ¡No puedo cantar, ni quiero, /a ese Jesús del madero,/ sino al que anduvo en el mar.