Xavier Trias podría presentarse como lo hacía Prince en su última etapa como artista. El autor de Purple Rain eligió un símbolo. Y se presentaba como aquel que había sido una vez Prince. Trias no llegará a tanto. Sólo ha elegido presentarse a la alcaldía de Barcelona con su propio rostro, sin noticia del partido con el que concurre a las elecciones en las papeletas, aunque es evidente que lo hará como candidato de Junts per Catalunya. Entre otras cosas porque si quisiera ir por libre debería presentarse con una agrupación de electores detrás.

Está en su derecho, aunque supone simplemente un guiño a la ciudadanía. El mensaje es que él no quiere tener las manos atadas por una formación todavía extraña, que no sabe si hacer la revolución independentista –sería el primer país en el mundo que con 30.000 euros per cápita la protagonizara—o volver a las prácticas habituales de la vieja Convergència. En todo caso, Trias debe asumir una debilidad: ¿se puede gobernar sin un partido detrás? ¿Se puede elaborar algo parecido a un programa de gobierno sin saber quién te puede respaldar para negociar, a su vez, con otras administraciones?

El Ayuntamiento de Barcelona es por sí mismo muy importante. Y el alcalde, como sucede en todas las grandes ciudades en España, por la propia ley que rige los municipios, tiene un gran poder. Pero Barcelona forma parte del Área Metropolitana de Barcelona y de la Diputación de Barcelona. Y debe, también, negociar cada día con la Generalitat, con departamentos como Interior, que tiene la competencia en Seguridad. Sin partido, sin referencias claras, ¿qué puede hacer un alcalde solo, aunque tenga una mayoría de concejales afines?

Los partidos políticos han sido vilipendiados, y es cierto que, en buena medida, se lo han buscado. Pero los partidos son imprescindibles y si son fuertes y cohesionados mucho mejor para el sistema democrático. En Junts la bronca interna es enorme. No ya por el caso de Laura Borràs o por la decisión de la exconsellera Clara Ponsatí de organizar un espectáculo mediático con su regreso a Barcelona desde el ‘exilio’. No, el problema es que no tiene un programa ideológico definido. Dice ser liberal, pero ha protagonizado políticas muy cercanas a la CUP. Dice que ahora quiere volver a las esencias convergentes, pero se ha comportado como una fuerza anti-sistema en los últimos años.

Trias, que lo sabe, prefiere prescindir de las siglas. Pero, ¿entonces, qué vende para los ciudadanos de Barcelona? ¿Qué gestión pretende impulsar, más allá de decir que todo lo que ha hecho Colau es un desastre?

Ese es el cálculo que Trias o ha asumido, o no ha acabado de realizar. El acuerdo con el PDECat, además, no se ha producido en su totalidad. Lo que ha conseguido Trias es acuerdos con algunas personas del PDECat que podrá integrar en su lista, como Joana Ortega, pero no habido una integración. Y eso implica que su apelación a la ciudadanía solo se basa en una especie de contrato de confianza con su figura. Pero, ¿qué figura, la que trabajaba codo con codo con Jordi Pujol como conseller de Presidència, o la que abrió los brazos al independentismo como alcalde de Barcelona entre 2011 y 2015?

Los liderazgos son buenos, son necesarios, pero no son suficientes. En la política catalana en los últimos diez años se han desdibujado los programas ideológicos. Pero los partidos se añoran cuando no existen, o cuando tienen muchas dificultades. Y lo óptimo es que en Barcelona los candidatos, todos, estuvieran respaldados por sólidos programas de gobierno por parte de partidos bien definidos. Porque, ¿qué hará Trias, negociar, o imponerse sin contemplaciones frente a Jordi Turull, Carles Puigdemont, Laura Borràs u otros dirigentes en el caso de que logre la alcaldía?