Hay buenas intenciones. Muchos políticos las expresan de forma constante. Tienen ideas, dirán unos, son astracanadas, dirán otros. Lo importante es ver qué medidas son efectivas en función de los fines que se persigan. Y si no se cumplen los objetivos marcados, habrá que rectificar y asumir que algo ha fallado. Pero lo que no parece razonable es mantenerse en el error, y persistir sólo para ser fiel a un planteamiento ideológico previo. Eso le sucede a Ada Colau, que está logrando algo que seguro que no le gusta, pero no parece que lo quiera admitir. Los cambios urbanísticos que ha planteado en la ciudad están beneficiando a propietarios y grandes tenedores de viviendas. ¿No habíamos considerado que intentaba lograr lo contrario?
Los alquileres en todo el Eixample no dejan de subir. Y, en concreto, en todas las calles relacionadas con la superilla de Consell de Cent. Propietarios individuales verán cómo se revalorizan sus casas. Y los inversores intentarán comprar inmuebles enteros, porque para los turistas y para los profesionales internacionales que vienen y van esos pisos serán muy codiciados, en pleno centro de la ciudad, y con unos generosos servicios de todo tipo a su alrededor.
Colau parece encaminada a favorecer a los Bobos, ‘bohemios y burgueses’, como se les llama en Francia. Viven en el Eixample, y no tienen nada que ver con los vecinos de toda la vida de Nou Barris, a los que los comunes dicen defender. ¿Es realmente lo que deseaba la activista Colau cuando llegó al Ayuntamiento en 2015? Lo que está sucediendo en el Eixample, verdadera joya de la corona de Barcelona, es sorprendente. Se verá en el resultado del 28 de mayo. No parece que Ada Colau salga muy castigada en el conjunto del distrito, porque es el que más se va a beneficiar de la gestión de los comunes, con menos coches, y con una estética más acorde para el gusto de los ‘bobos’.
Serían las externalidades negativas de Colau, que, con la bandera de la defensa de los colectivos más desfavorecidos, está premiando a los que piensan en una ciudad como un coto privado, con mercados medievales de fin de semana y hamacas para tomar el sol.
Esos errores, --pongamos que esas acciones nunca se han deseado—llegan también con la defensa de políticas concretas que no han funcionado. Los promotores lo señalan, y admiten que lo hacen con cierta tristeza, pero la sociedad tiene unas características que no son –podríamos decir—las más pulcras e ideales. Resulta que la reserva del 30% de vivienda social para las promociones de viviendas no funciona, porque son los mismos compradores –ciudadanos—los que no quieren compartir inmuebles con otros ciudadanos de muchos menos recursos. Colau señaló este lunes en el Círculo de Economía que ella no quiere que los más pobres se concentren en guetos o en la periferia de la ciudad, y que prefiere la “mezcla”, en todos los barrios. Pero la ingeniería social –que puede tener buenos deseos—no suele salir bien.
Los promotores señalan que puede haber otras fórmulas: se construye en un distrito vivienda asequible, a cambio de poder tener más margen en otras promociones, en el mismo distrito, que pueda facilitar el sector público. Y en eso consiste la colaboración público-privada. Porque no se hace nada para perder dinero. El Ayuntamiento, --toda la ciudad—puede ganar mucho con promociones de viviendas asequibles, porque ofrecerá oportunidades a muchos vecinos. Y el sector inmobiliario tendrá sus beneficios con precios de libre mercado para otros vecinos que tengan más poder económico.
Lo que parece extraño es querer defender un proyecto sólo porque se cree en una idea, que, en la práctica, se demuestra que no funciona. En todas las decisiones que se tomen, siempre puede haber resultados no deseados, externalidades negativas. Dijo Colau que ha aprendido, que ya no es la activista social de 2015. Pero se mantiene firme en políticas que, ocho años después, debería saber que no han fructificado.
Los resultados se verán el 28 de mayo. Y será interesante comprobar cómo se reparten las fuerzas –además de en toda la ciudad—en el Eixample de la superilla.