La afluencia de público en las paradas de Sant Jordi el pasado domingo fue un notable éxito. Las ventas, según los editores, también. La facilidad de acceso, en cambio, dejó mucho que desear. Es cierto que no se puede dimensionar el transporte público ni la anchura de las calles para un día excepcional, pero dio la impresión de que las previsiones no estuvieron a la altura. Llegar desde la periferia al centro, en el que se había instalado el grueso de los tenderetes, resultó muy difícil, fuera con transporte público o privado. Todo estaba lleno y los desvíos de las líneas de autobús no habían sido ni siquiera señalizados. Donde había paneles informativos se daba una información manifiestamente inútil, por imprecisa o falsa.

A media mañana los metros iban a rebosar y la frecuencia de paso superaba, en muchos casos, los cinco minutos. Esto tenía consecuencias incluso de riesgo por las aglomeraciones que provocaba. En la estación de Diagonal de la línea 5, una de las más concurridas, bajaba tanto personal que apenas daba tiempo a vaciar los andenes, llenos de la pared al borde de las vías.

Los autobuses tampoco contribuían a facilitar la movilidad. Como algunas calles estaban cortadas, tenían que realizar trayectos alternativos, no siempre indicados. En la zona central de Gran Via había quien acabó por pensar que se había suprimido el servicio de algunas líneas. Funcionaban, pero la información a los usuarios era pésima. Un ejemplo: en la confluencia de Gran Via y Casanova, dirección plaza de España, tienen parada las líneas H12 y 59. La H12 pasaba, pero la 59, no siempre. Algunos conductores, seguramente por los colapsos, optaron por utilizar otros recorridos, saltándose esa parada, sin que se reflejara en los luminosos. Para que nada faltara, como era fin de semana había dejado de funcionar la línea 52, sin prever el aumento de demanda. En resumen: un día en que se esperaba gran afluencia de usuarios, se mantuvieron las reducciones del transporte público de cualquier otro fin de semana y, pese a que los recorridos serían más lentos, no se evitaron los colapsos en los cruces.

El vehículo privado, por supuesto, no servía como alternativa. Las principales vías paralelas al mar estaban cortadas en sus tramos centrales; las perpendiculares cercanas al paseo de Gràcia y Rambla de Catalunya pronto quedaron bloqueadas, sobre todo en los cruces. Y algo más: pese a que se sabía que habría una fuerte afluencia de peatones, en muchas aceras del entorno había montones de motos aparcadas incorrectamente sobre las aceras, obligando a la multitud a serpentear entre ellas.

Se diría que el Ayuntamiento de Barcelona buscaba dar la razón al RACC, que ha elaborado un informe muy crítico con la situación del tráfico en Barcelona. El estudio del RACC ha sido despachado con displicencia por el consistorio, diciendo que forma parte de la campaña de Xavier Trias. Es posible, pero una de sus afirmaciones, la de que la mejor forma de reducir el uso del vehículo privado es ofrecer un buen transporte público, es una verdad como un templo. El día de Sant Jordi, el coche tuvo problemas y el transporte público resultó un desastre. Aunque seguro que eso Trías no lo arregla. Ni lo pretende.

Es cierto que el RACC no dice que uno de los principales males del tráfico es la indisciplina de los conductores. No era de esperar que se metiera a sí mismo el dedo en el ojo. Por lo demás, parece contradictorio pedir que mejore el servicio de autobuses y reducir el espacio que tienen reservado, permitiendo que las motos circulen por el carril bus. Aunque, si bien se mira, ya lo hacen. Impunemente. Y si no lo hacen más es porque ese carril se halla, con frecuencia, ocupado por vehículos de carga y descarga. La indisciplina siempre descubre nuevas posibilidades. Hace unas semanas que se han instalado jardineras en la calle Evarist Arnús, entre Galileo y Joan Güell, para dar respiro a un colegio y restringir el tráfico. Como no se puede aparcar, porque no pasaría nadie más, las furgonetas ya han encontrado una fórmula: subirse a las aceras. Además, es gratis, los vigilantes de zona azul no pueden denunciar esa infracción. Y la Guardia Urbana está para otras cosas. ¿Cuáles? ¡Ah, eso es un gran misterio!

El día de Sant Jordi se pudo comprobar con toda crudeza que el espacio urbano es un bien escaso. O se reparte (y se respeta el reparto) o al final nadie llegará a ninguna parte. Y nos iremos todos a paseo, aunque no habrá por donde moverse.