El asunto de la vivienda es muy serio. Hay poca, es cara, no todo el mundo puede pagarse un hogar para vivir solo, en pareja, en trío, en cuarteto o con el gato, que para gustos, colores. Es un derecho constitucional, de los que se habla mucho y con los que se hace poco. Vivir bajo techo se ha convertido en un lujo, cuando es una primera necesidad, como el comer.

En una ciudad como Barcelona, el problema se convierte en problemón. Ocurre en todas las grandes ciudades y también en las capitales de provincia, como la nuestra. Ahí se concentra la demanda, claro, pero la oferta, ¡ay, la oferta…! La oferta es limitada. Ergo, suben los precios de compra y alquiler. En cambio, en un pueblo abandonado en medio de ninguna parte y lejos de todo, seguro que encuentran un pisito tirado de precio. Son cosas de las leyes de la oferta y la demanda.

En Barcelona y sus inmediatos alrededores, en lo que sería el área metropolitana, surgen más complicaciones. Seis de las diez zonas urbanas más densamente pobladas del continente se dan entre el Besòs y el Llobregat, aquí mismo. Algunos barrios de L’Hospitalet de Llobregat tienen una densidad de habitantes por metro cuadrado comparable a la de Calcuta, por ejemplo. Es decir, la demanda no es alta, sino altísima. ¿Y la oferta? Miserable, así lo digo.

La oferta pública es mínima, irrelevante; la privada, mala y escasa. Mucha demanda, poca oferta, los precios se disparan.

¿Cuántos turistas recibe Barcelona? Lo pregunto porque los pisos turísticos proporcionan fáciles y cuantiosos ingresos a sus propietarios y desvirtúan el mercado inmobiliario. Se reduce la oferta, suben los precios, etc. Los intentos del Ayuntamiento de regular los pisos turísticos han fracasado, por el momento. Hace nada, se han comido un serio revés judicial que permite, de golpe y sopetón, que 120 pisos de un bloque entero de viviendas se conviertan en apartamentos turísticos. Me da que la regulación de los pisos turísticos que hoy tenemos sobre la mesa podría mejorar bastante.

El problema de la vivienda está ligado con muchos otros problemas que sufre Barcelona. El del tránsito de vehículos, sin ir más lejos. Si no puedes vivir aquí porque no puedes permitírtelo, tienes que vivir allá, que está más lejos. Entonces necesitas viajar cada día un puñado de kilómetros para trabajar o estudiar. ¿Es suficiente el transporte público y llega a todas partes? ¿En cuánto tiempo? ¿Por qué tanta gente está obligada a emplear el automóvil para entrar y salir de Barcelona? Sólo un puñado de afortunados que pueden permitirse vivir en el centro disfrutan de los carriles bici y las islas peatonales de la Barcelona ecopija.

El problema es muy serio. También complicado. Las soluciones que nos pide el cuerpo quizá no son las más adecuadas. La única solución verdaderamente efectiva es una y conocida por todos: construir y ofrecer al ciudadano más vivienda pública de venta o de alquiler.

La señora Colau es alcaldesa porque construyó todo su discurso electoral alrededor del problema de la vivienda, pero no ha construido muchas viviendas. Aunque, en honor a la verdad, desde que es alcaldesa el Ayuntamiento ha puesto en el mercado diez veces más vivienda pública en Barcelona que la Generalitat de Catalunya en todo el país. Eso ya muestra lo mal que vamos todos. Así y todo, a un mes de las elecciones y después de dos mandatos, sólo ha proyectado, que no construido, la mitad de lo que prometió hace ocho años y nos ha obsequiado con algunos momentos bochornosos, como el tan famoso de los contenedores.

¡Que no presuman sus adversarios! No se salva ni uno. ERC y Junts, con la inestimable aquiescencia de la CUP, han jugado al procesismo y se han olvidado de la vivienda social estos últimos 12 años. Nada nuevo: se han limitado a aplicar la misma política de vivienda pública con que CiU nos ha obsequiado desde 1980, que es ninguna, compartida por sus más íntimos amigos del PP. Todos juntos nos llevaron a la más alta sima del 3% y a una crisis inmobiliaria que se llevó por delante muchos millones y los ahorros de tantas familias. De la inactividad del PSC-PSOE mejor no hablar, por no pasar vergüenza, y del populismo de boquilla, que no de hecho, de quienes presumen de situarse a la izquierda de los socialistas, lo mismo. Así está el patio.