El Ayuntamiento de Barcelona acaba de anunciar, coincidiendo con la campaña electoral, que hará respetar las aceras para que puedan utilizarlas los peatones. En el primer pleno tras las elecciones se procederá a aprobar definitivamente la norma que debe facilitar que quienes van en silla de ruedas circulen sin tropezar con las motos mal aparcadas; que las personas caminen con un carrito de bebé o de la compra sin tener que bajarse a la calzada porque no caben; que niños, ancianos y todos los que tienen una edad intermedia anden sin miedo a ser arrollados por un ciclista con prisa o un patinetista desaprensivo y maleducado. Si es verdad, más vale tarde que nunca, pero habrá que verlo.
Hace mucho tiempo que se sabe que si un árbol crece torcido luego es muy difícil enderezarlo. Muchos conductores de patinetes y bicicletas han crecido torcidos y retorcidos. Se les ha permitido todo y un poco más. Si alguien tiene ganas de comprobar una infracción perpetua puede ir un día o una tarde a pasear por la Gran Via de Carlos III. Allí los vehículos de dos ruedas campan a sus anchas sorteando a cualquiera que les dispute el espacio. Y eso que esta avenida tiene dos características que invitarían a pensar que algo así no ocurriría: dispone de espacio reservado para patinetes y ciclistas, y hay muy cerca una comisaría de la Guardia Urbana. Nada de eso les arredra. Circulan por todo el paseo y nunca, vamos, que nunca jamás, hay allí nadie que defienda el derecho de quien se mueve a pie.
Visto lo visto, las promesas del equipo de Ada Colau resultan poco creíbles. Pero tampoco cabe esperar mucho de otros candidatos. Para Xavier Trias no debe de ser un asunto grave. Comparado con lo que hizo la presidenta de su partido, condenada por corrupción, circular en bicicleta por la acera resulta una fruslería.
Ernest Maragall sostiene que su partido es muy eficaz en la gestión. Como prueba, ahí está la organización de las oposiciones a funcionario con 13.000 inscritos. Primero se privatizan y luego se produce el chasco para finalmente repetirlas. Unos días después, Correos (dependiente de la Administración Central del Estado) celebró unas oposiciones con 80.000 candidatos sin problema alguno y sin necesidad de acudir a empresas privadas. ¡Como para traspasarles Rodalies! Si ahora hay problemas, de ser gestionados los trenes por los correligionarios de Ernest Maragall es probable que ni siquiera se movieran de los talleres. Jaume Collboni ha lanzado tres promesas: la cobertura de la Ronda de Dalt, replantear las conexiones del tranvía de la Diagonal y poner más enchufes para motos eléctricas como la que él utiliza. Pura memoria: si hay tramos más o menos protegidos en esa vía no es por la voluntad del entonces gobernante PSC sino por la presión asfixiante que ejercieron los concejales del PSUC, primero, e Iniciativa, después.
Lo del tranvía, asunto al que también se ha apuntado Trias, es mejor olvidarlo. Tanto los exconvergentes como los socialistas lo han defendido y criticado según lloviera o dejara de llover. Hay quien aún recuerda la primera campaña de Trias cuando, en visita de obras, exclamó sorprendido: “¿Un tranvía? ¡Vaya idea!” Ignoraba que procedía de su partido. En la normativa anterior, las inversiones del transporte público dependían en buena parte del Gobierno de la Generalitat, que se pasó lustros evitando hacerlas en Barcelona. El tranvía (además privatizado y garantizando beneficios a la empresa privada, aunque lo gestionara mal) era una inversión mucho menor que la que requería el metro. Por eso lo propuso el malogrado Joaquim Molins. Cuando finalmente fue inaugurado el primer tramo, ya gobernando el tripartito, uno de sus cargos más serios, Manuel Nadal, descubrió que era una obra sin padres. Nadie quería atribuírsela.
Si eso pasa con una inversión que deja dinero en bolsillos privados, habrá que ver qué ocurre con una actuación que sólo exige voluntad, como es la de limpiar las aceras de vehículos y devolvérselas a los peatones. Son años de permisividad. Nada tendría de extraño que, en el caso de que hubiera voluntad real de aplicar la medida, costara también años hacerla respetar.
No se ha dicho nada de PP, Vox, Ciutadans y Valents porque ninguna de estas formaciones considera okupas a los vehículos que se apropian del espacio público. Si no anda de por medio la propiedad privada, el asunto cae fuera de su foco de interés. ¿Y la CUP? Tampoco le incumbe. Las aceras no llevan a la independencia.