Dijo Sir Winston Churchill:  “Tras un recuento electoral, sólo importa quién es el ganador. Todos los demás son perdedores”.  Pero Ada Colau no ha leído a Churchill porque era heterosexual, consumía sopa de tortuga sin derechos animalistas y contaminaba el planeta fumando puros. Como por no saber, no sabe ni perder, la muy derrotada Ada ha denunciado ante la Junta Electoral “errores” en el recuento final de las elecciones del 28M. Como Trump, por ejemplo peligroso. Sir Churchill perdió unas elecciones a pesar de todo lo que hizo por su país, por ayudar a salvar la democracia en Europa y ser Premio Nobel de Literatura. Colau las ha perdido por todo lo que ha hecho para desgraciar y desacreditar Barcelona con su indigencia intelectual y su currículum de universitaria inacabado.
 
Con las debidas disculpas a Sir Winston por mezclar su nombre, talla y personalidad con Colau, que su politburó haya hecho perder más tiempo y dinero público para revisar 150 votos que no cambiarían ni el resultado ni la realidad, demuestra otra vez la catadura ética de la casta podemita, que ahora se cambia de camisa y blusa con la comunista chic Yolanda Díaz. Así, Colau y su soviet intentan desaparecer rabiando, ya que no quieren esfumarse por la puerta de atrás del Ayuntamiento. Normal, porque la lideresa antisistema que surgió de casas okupadas y de reventar actos democráticos prometió: “desobedeceremos las leyes que nos parezcan injustas”. Nada raro si deja rotas las relaciones de Barcelona con Tel Aviv y no condena los terrorismos palestinos ni las narco-dictaduras sudamericanas.
 
Con el cinismo y la falsedad siempre por delante, la alcaldesa en funciones se llena la boca de la palabra “pacificar” cuando ha permitido que en Barcelona impere la ley de la selva con okupaciones, disturbios callejeros y una inseguridad ciudadana cada vez más letal. Y malgastando hasta los 74.888.166,98 euros que pagó el Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana para actuaciones urbanísticas que eliminen automóviles y motos en la ciudad. Fundiéndose, de paso, los fondos europeos Next Generation en quince calles. Su nuevo legado, perpetrado a dedo y con alevosía poco antes de las elecciones, molesta e indigna al vecindario perjudicado de barrios tan diferentes como Sants, Sant Andreu, Sant Martí, Sant Gervasi, Sarrià, El Farró y Camp de L’Arpa.

El concepto de “pacificación” de la iluminada reinona que descendió del Guinardó se realiza con dibujos y figuras geométricas en las calzadas. Tampoco sirven para nada y son peligrosos para vista y la integridad de los caminantes, que no saben por dónde cruzar mientras esquivan patines, bicicletas y otros trastos rodantes conducidos por incívicos. Más o menos horrendos e infantiloides de guardería, atentan contra el buen gusto. Y se suman al arte cursi, cutre, feísta y ridículo que caracteriza al colauismo. Con sus paniaguados diseñadores, pintamonas de puertas, persianas, paredes y edificios históricos, y con sembradores de pedruscos que llaman monumentos. Lo dejó dicho Sir Winston Churchill: “Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema”. En este caso, una fanática.