“En Barcelona hay un café de revolucionarios ¡y lo llaman La Tranquilidad!”. Así empezaba un artículo firmado por Luis G. de Linares y publicado en la revista Estampa el 19 de mayo de 1934. Es uno de los diversos reportajes compilados por Sergi Doria en Los años amarillos, un volumen que agrupa diversos textos de lo que el propio antólogo llama “periodismo popular”.
El bar La Tranquilidad estuvo situado en el Paral.lel, primero en el número 68 y luego en la acera de enfrente, en el 69. Y fue, realmente, un local frecuentado por anarquistas de vocación revolucionaria, aunque no sólo. Acudía allí también la policía, a veces de forma más o menos disimulada, a modo de infiltrados, y también para efectuar detenciones diversas. Se dice que en el local era más que fácil adquirir una pistola al precio (entonces muy alto) de 45 pesetas. A fin de democratizar el acceso a la defensa frente al pistolerismo de la patronal, se podía pagar el arma en plazos de a peseta.
Quienes no necesitaban comprar estos artilugios eran los hermanos Badia, militantes políticos de Estat Català, abiertamente enfrentados a los cenetistas. Ambos participarían en la creación de la policía de la Generalitat republicana. Sus modales poco tenían que envidiar a los de Billy el Niño durante el franquismo. Uno de ellos, conocido como “capità Collons” intentó matar a Alfonso XIII. Fue detenido, condenado y amnistiado. Ambos se sentaban en el local poniendo sus pistolones sobre la mesa en actitud abiertamente provocadora. Estos matones son espejo de patriotas para un tal Quim Torra, cuando se entrega a escribir fantasías que confunde con la historia.
La Tranquilidad era un local primo hermano del cercano Bar Chicago. Cuando en julio de 1936 se sublevó el Ejército, los anarquistas que los frecuentaban montaron allí una barricada que detuvo a unos soldados escasamente deseosos de entregarse a la barbarie. El autor del artículo conoció a un personaje que se presentó de la siguiente guisa: “Pedro Arañó Dalmau, propagandista racionalista, ¡para servir a la causa y a usted!”
Recoge también Doria otros textos que hablan de unos tiempos en los que “las calles de Barcelona se manchaban de sangre todos los días, y las gentes hacían apuestas a la hora del café sobre si los muertos del día serían pares o nones”. Párrafo de otro artículo de Estampa, fechado en 1932 y que narra la historia de un muchacho huérfano de un anarquista barcelonés. Por avatares de la historia, el chico aprende violín gracias a Enric Morera y logra hacerse con un Stradivarius.
Hay más reportajes que dan cuenta del precio de la sangre que algunos vendían para transfusiones en una época en la que no había sanidad universal, y otros que cuentan las peripecias de un estafador, Daniel Strauss, que acabó dando nombre a la práctica del estraperlo.
El libro es una delicia. Doria, periodista y profesor de Periodismo, autor de una tesis doctoral sobre las revistas ilustradas en los años veinte y treinta del pasado siglo, ha compilado ya tres volúmenes (todos ellos en Edhasa). Antes vieron la luz Un país en crisis, sobre el reporterismo, con algunos textos verdaderamente espléndidos, y Mujeres en primera plana, sobre los inicios de las mujeres en el periodismo.
Leer aquellos escritos sirve, con frecuencia, para iluminar el presente. El hecho de que un local en el que se fraguaba la violencia se llamara La Tranquilidad no deja de ser un adelanto de las paradojas del lenguaje al que hoy se entregan los políticos. Ahí está Esquerra Republicana de Catalunya anunciando, al menos de momento, que piensa hacer alcalde a un personaje de la derecha catalana más rancia, Xavier Trias, pero insistiendo en que el partido es de izquierdas porque la palabra figura en el nombre. O Daniel Sirera, sugiriendo que, si de sus actos se deriva que Trias sea alcalde, será porque está en contra de que haya un alcalde independentista. O sea, culpa directa de los socialistas.
Puestos a analizar, al menos los de Vox no engañan: ellos están por el lío, contra esto y aquello, que decía Unamuno (¿lo habrán leído algunos?). Reciben los votos del cabreo y buscan cabrear para luego poder decir que las cosas están fatal. Su coherencia es ésa.
De partidos que pretenden ser de gobierno se esperaría que no se abonasen a la paradoja que se expresaba en el nombre del bar La Tranquilidad. O quizás sólo busquen tranquilizar sus propias conciencias.