Entre las muchas desgraciadas herencias que ha dejado el exconsejero de Educación, Josep González Cambray, destacan que los alumnos se asan en las escuelas de Barcelona por falta de ventiladores y buena gestión, y que la asignatura Lengua Catalana y Literatura ha registrado la nota media (6,70), la más baja desde 2018 en los exámenes de selectividad. Aquel aciago año del Covid, fue nombrado director general del departamento de Educación de la Generalitat. El gestor era un intelectual que vendía seguros y promocionaba un licor llamado ratafía. Tras el fracaso de ambos, el siguiente gestor de la Generalitat lo elevó a categoría de consejero, cargo donde ha cosechado tantos fracasos, polémicas y adversarios, que su jefe se lo ha quitado de encima. Tal vez porque mientras las notas de catalán han bajado en picado: “Lengua Castellana y Literatura (7,39) han obtenido las mejores notas medias del último quinquenio”, se lee en los datos de Unportal, entidad dedicada a la información de enseñanza superior y nada enemiga del catalán, sino más bien al contrario.
Otro mérito del muy talentoso exconsejero ha sido convertir las aulas infantiles y de primaria en un microondas. Porque también era presidente del Consorci d’Educació de Barcelona, un chiringuito mixto de la Generalitat y el Ayuntamiento. Allí se juntó con el exconcejal d’Educació Pau González, famoso conductor de metro y operador de atracciones del Tibidabo. Coleccionista empedernido de descalabros y frustraciones, su mérito es pertenecer al partido de Colau, que lo enchufó como becario y lo ascendió a regidor, hasta que la ciudadanía le ha descendido de su clan y de su guardia de corps en las últimas elecciones. Es fácil de comprender cómo van la enseñanza y la educación en Barcelona y en Cataluña con semejantes superdotados. Pero difícil de entender por qué el alcalde Collboni conserva a González y otros cargos de confianza adalibana, responsables de tantos daños y perjuicios a Barcelona, pero que no rendirán cuentas de sus desmanes y seguirán viviendo del bote público. No se sabe, de momento, si Gonzalez está entre los “buenos profesionales” a los que se refiere el alcalde, o si es una imposición de la ahora candidata de Sumar para manejar un sottogoverno municipal desde la tramoya.
La tragicomedia política que se vive en el Ayuntamiento de Barcelona depende de lo que suceda antes de un mes en el Gran Teatro de Madrid. De momento, en la capital de Cataluña parece representarse. Los intereses creados, obra plagada de pícaros e impostores del premio Nobel de Literatura Jacinto Benavente (Madrid,1866 -- Galapagar,1954). Y también la más famosa del mismo autor, La Malquerida, cuyo peor y más dramático momento es cuando el protagonista comienza a deshacerse de todos los hombres que rodean a la protagonista y empieza a ser llamada La Malquerida. Algo así como Colau, a la vista de los magníficos resultados obtenidos contra ella y sus serviles infiltrados en el Ayuntamiento. Sea como fuere, en cuestiones de enseñanza y de educación, tanto monta, monta tanto Cambray como González. Y con personajes así al frente de algo, hay que recordar que con ineptos al lado no se llega a ninguna parte.