Creo que alguna vez ya les he dicho que practico la esgrima. Soy tirador de sable y de lo único que me arrepiento es de no haberme aficionado antes. No soy un buen tirador, pero me defiendo, y no pierdo la oportunidad de aprender.

He tirado con campeones y con novatos y he aprendido de ambos. También he tirado con varones y mujeres, con adolescentes y jubilados, con personas de toda clase y condición. A la que te pones la careta, quedan en nada los diferentes colores de la piel, los diferentes acentos, que uno haya nacido aquí, allá o acullá, que prefiera la carne o el pescado, un dios, otro o ninguno. A la que te pones la careta, todo eso desaparece.

Resulta hasta cierto punto paradójico que en la sala de armas, con la cara oculta tras la rejilla de la careta y con un sable en la mano, aceptemos con naturalidad la diversidad y disfrutemos tanto con ella. Y digo que es paradójico porque en la calle, a cara descubierta, a menudo hacemos gala de nuestra estupidez.

Hay gente que no tolera la diferencia, ni siquiera la diferencia de opinión. Esa intolerancia se traduce muchas veces en odio y éste toma muchas formas. A mí personalmente me han insultado por la calle porque se me ocurrió hacer de apoderado de un partido político en unas elecciones. Da igual el partido, no importa. El mismo día de la votación, los «mossos» tuvieron que llevarse del colegio electoral al energúmeno, que ya me escupía en la cara a grito pelado. Meses después me lo encontré en la calle y tuve que soportar sus improperios durante un buen rato. Si me pilla a solas por la noche con un bate de béisbol en la mano, hoy no les estaría contando batallitas. Cosas del procesismo.

Ahora pónganse en el lugar de una dependienta que ha conseguido un contrato de mierda que la tiene esclavizada no sé cuántas horas al día detrás de la barra de una cafetería. No lleva ni un año en Barcelona y pueden imaginarse los apuros por los que pasa para llegar a final de mes. Entonces llega un caballero que parece respetable, que va de sobrado por la vida, y le pide, atención, «un cafè amb llet, si us plau». En voz bajita, casi en un susurro. En medio de la vorágine del local. La dependienta, claro, no le oye bien, se inclina hacia delante y pregunta: «¿Cómo ha dicho? Me lo puede repetir, que no le entiendo». ¡Ya está, liada! Acoso en las redes porque no atienden al público en catalán y patatín y patatán. ¿Cuántas veces no lo hemos visto? A diario no, pero casi.

La bestia que habita entre nosotros no se atreve con el poderoso, con el fuerte. La víctima será siempre alguien «inferior» e indefenso. Mejor si además es «diferente». Porque los cobardes suelen acosar al débil y se regodean al verlo sufrir. Su motivo será algún complejo de índole sexual y un seso podrido por extrañas ideas, ninguna de ellas razonable.

Pero hay casos peores, que acaban con derramamiento de sangre. El Observatorio Contra la Homofobia ha denunciado el incremento de la violencia contra personas cuyo género, identidad u orientación sexual no es la nuestra, sea cual sea la nuestra. En lo que llevamos de 2023, se han dado 110 casos de agresión contra personas del colectivo LGTBI en Catalunya, un 15% más que el año pasado. El Observatorio de las Discriminaciones del Ayuntamiento de Barcelona señala que la mitad de las agresiones físicas originadas por cualquier tipo de discriminación son contra personas LGTBI.

Sepan ustedes que esta violencia suele ser de carácter personal. En nueve de cada diez casos analizados por el Ayuntamiento, las responsables son una o varias personas, con nombre y apellidos, como usted o como yo. Esas personas actúan injusta o violentamente contra otra porque piensa diferente, habla diferente, siente diferente o tiene la piel de otro color. Son las bestias que habitan entre nosotros.

Por eso debería preocuparnos tanto que algunos partidos políticos ahora, pero también en el pasado y durante muchos años, hayan basado su éxito en sostener que todos somos iguales, aunque «nosotros» somos más iguales que «ellos», como sostenía el cerdo Napoleón de «Rebelión en la granja». Debería preocuparnos porque el éxito presente y futuro de estas formaciones se basa en la existencia de un público que aplaude la discriminación que propugnan y mucha otra gente que mira hacia otro lado, como si este asunto no fuera con ellos.

¡Qué error! Qué gravísimo error.