En las pasadas elecciones municipales todos los partidos, excepto lógicamente Barcelona en Comú, concurrieron a los comicios desmarcándose o criticando abiertamente la nefasta gestión de Ada Colau. En el consistorio surgido de las urnas, 32 de los 41 concejales electos, con una intensidad critica mayor o menor, consideraban imprescindible subsanar las carencias de la anterior alcaldesa y dejar atrás su sectarismo ideológico.

Es cierto que el nuevo gobierno municipal apenas ha cumplido tres semanas, pero también lo es que ya se puede ir perfilando una agenda de deconstrucción o de derogación barcelonesa del legado de la exalcaldesa sin que ello sea, o sí, una causa general contra su gestión. Este revisionismo, que otrora encantaba a comunes y podemitas, debiera afrontarse desde un replanteamiento de las demasiadas políticas y medidas de gobierno perniciosas para Barcelona y sus vecinos. Estas rectificaciones no se improvisan, pero tampoco pueden demorarse ni un día el inicio de expedientes administrativos y acuerdos que promuevan enmendar la etapa de Ada Colau.

La lista es larga, y aunque no sea exhaustiva, se puede perfilar ya. En seguridad se precisa una nueva ordenanza de civismo, recuperar el principio de autoridad, dejar de subvencionar a aquellas asociaciones cuyo fin último en la práctica sea perseguir judicialmente a los agentes policiales y retornar el consistorio a emprender acusaciones penales contra aquellos que provoquen altercados callejeros violentos.

Es imprescindible disponer de un parque público de vivienda social de alquiler y de vivienda de emergencia social y a la par acordar acciones de respaldo pleno a vecinos y propietarios contra los okupas. En movilidad hay que replantear las superillas o supermanzanas con tanto gusano de la improvisación dentro y aquellos carriles bicis implantados desde la irracional “cochefobia” de la exalcaldesa y sin dejar a las motos por el carril-bus. El urbanismo táctico ha de dejar paso a uno micro de barrio sensato y de comercio de proximidad y a otro de envergadura desde la transformación de la ciudad y para la vivienda, la nueva economía e infraestructuras potentes desde el aeropuerto al túnel de Horta.

Debe dejarse atrás tanta traba burocrática e impulsar incentivos para atraer talento e inversión. Del infierno fiscal municipal, Barcelona ha de tocar el cielo con una tributación proporcional a la calidad y alcance de los servicios públicos prestados. Hemos de salir del purgatorio al que nos condenan tantas restricciones económicas y urbanísticas o planes de usos que disuaden la inversión y la creación de empleo o no mejoran la calidad de vida de todos los vecinos. El peor ejemplo es la cesión obligatoria a promotores del 30% que ha ahuyentado inversiones y no ha permitido construir la vivienda social obligada.

Fuera del gobierno municipal, aunque lo estaban de la realidad barcelonesa, no nos extrañe ni nos intimide que los comunes, y su entramado de entidades afines, tornen a sus escraches y montajes callejeros de antaño. Volverán a su activismo populista y demagógico, a su lucha de clases tornada en odio social y al griterío y a la protesta.

La respuesta ha de ser nítida. Hay que ponerles ante el espejo de su frustrante gestión de gobierno y desde la que no resolvieron lo que decían priorizar. El acceso o la carestía de vivienda, el respaldo a las personas vulnerables o la desigualdad, entre tantas, siguen siendo asignaturas pendientes en la Barcelona de hoy. Tras ocho años de alcaldesa Colau, ahora pretenderá reivindicar lo que no ha sido capaz de resolver. Por eso, lecciones de presente y de futuro ante su gestión de reciente pasado ni una.

Barcelona debe dejar atrás la gesticulación estéril y de confrontación de antaño, por una gobernanza sólida de hechos, acciones y decisiones solventes de gobierno. La Barcelona real desde el compromiso social y en los barrios, de ley, segura y en convivencia, con solvencia económica y de seguridad jurídica para los emprendedores y desde el respeto institucional, también hacia la Corona. Una Barcelona sin Colau era necesaria. Ahora es imprescindible un gobierno municipal y una oposición con responsabilidad para derogar a la peor alcaldesa y por una Barcelona mejor.