La última encuesta de la Autoridad del Transporte Metropolitano (ATM) sobre movilidad ofrece datos muy relevantes: no disminuye el uso del coche en la ciudad de Barcelona y por el contrario aumenta en los accesos, donde la red pública cojea a ojos vista. Paralelamente, la política de rebajar las tarifas apenas ha supuesto un incremento del 1,2% de usuarios. Y es que a la hora de desplazarse, el precio no es el factor esencial. Si así fuera, los taxistas no se ganarían mucho la vida. Lo fundamental es el tiempo que se invierte en ir de un lugar a otro, al menos, en los casos de movilidad obligada.

Vale la pena retener este dato ahora, en los meses de verano, cuando los autobuses urbanos reducen el servicio y ofrecen unas frecuencias que resultan disuasorias. Para una ciudad como Barcelona, en la que la distancia desde cualquier extremo al centro no supera, en general, una hora a pie, 20 o 25 minutos, incluso más, esperando un autobús resulta un despropósito.

TMB, la dirección de TMB, parece no querer darse por enterada de que Barcelona ya no se para en julio y agosto. Se produce un incremento notable de la población flotante que forman los turistas y ese mismo hecho genera una demanda de bienes y servicios que impide que muchas empresas cierren en estos meses. La demanda de transporte se mantiene; el servicio, baja. Escandalosamente.

La mayoría de la gente daría el dinero que fuera por disponer de un tiempo más de vida. Nada tiene pues de extraño que se dé prioridad a no emplear excesivo tiempo en el desplazamiento y que la consideración del coste, siendo importante, quede en segundo plano. El coche es más caro, pero regala tiempo. O por lo menos hace que no se desperdicie.

El tiempo empleado en los desplazamientos podría no ser considerado una pérdida si la gente viajara en condiciones y pudiera, tal vez, leer o escuchar música (preferentemente con auriculares, que no hay que aturdir al resto del personal). Pero lo habitual es viajar en unos autobuses lentos y abarrotados, precisamente porque hay menos que en el resto del año. Y eso no significa que en febrero o noviembre ofrezcan comodidades sin fin, pero al menos el tiempo de espera no es desesperante.

El consistorio saliente empleó no pocos esfuerzos en reducir el uso del coche en la ciudad. A favor de esa política estaba la contaminación que afecta a la ciudad por las emisiones de los coches y el ruido que producen. A la vista del resultado, esos esfuerzos han sido un fracaso. Ni se ha reducido la presencia del vehículo privado en las calles ni tampoco el número de los que entran y salen de la ciudad. En cambio, se ha multiplicado el tiempo de los trayectos en coche y en transporte público. En la medida en que los conductores (los privados y los de reparto) han visto reducido su espacio, han invadido el reservado a bicicletas y autobuses.

La pandemia ha afectado seriamente al comportamiento de los conductores, impulsándoles a una mayor indisciplina viaria tanto en velocidad como en aparcamiento, propiciando una situación que tiende al caos. El nuevo consistorio deberá esforzarse si pretende, cuando menos, aminorar los efectos negativos que se viven en la ciudad.

Es sabido que la mejor campaña contra el transporte privado es una buena oferta de transporte público. Una red que no sólo la forman los vehículos, también las zonas por las que circulan. En los transportes ferroviarios esas zonas están, salvo en el caso del tranvía, lo suficientemente aisladas para garantizar que estén libres. En el caso de los autobuses, el consistorio debería lograr que se mantengan también expeditas. Sólo con eso la velocidad media subiría casi un 50%, lo que vendría a ser el equivalente a un incremento del 20% de la flota de vehículos. Se mire por donde se mire, es más barato echar a los coches de los carriles bus que comprar más autobuses. De todas formas, estos quedarían atrapados en un tráfico muy denso o, en los meses de verano, dormirían en las cocheras por falta de conductores.

Barcelona ha evitado la amenaza de un gobierno de derechas (Xavier Trias) defensor de lo privado. También en el transporte. Ahora habrá que ver si Jaume Collboni se comporta como se supone que hace la izquierda y defiende lo  público. También en el transporte. La mejora del servicio es tiempo para el ciudadano. Tiempo, el único ingrediente que no se puede comprar en esta vida. Conviene no desperdiciarlo.