La ciudad es un hervidero de proyectos y de relaciones personales. Barcelona sigue muy activa, en paralelo a la ebullición política, con unas elecciones generales que serán decisivas para la gobernabilidad futura en el Ayuntamiento. Hay proyectos, sin embargo, que se pueden enmarcar en corrientes de fondo, y que responden a inquietudes que vienen de lejos. Una de ellas es la que se ha dado a conocer como Grupo Eulàlia, que toma el nombre de la patrona de Barcelona. Se trata de la movilización de los profesionales más jóvenes –en un término amplio, entre los 20 y los 40 años—de ocho entidades históricas de la ciudad.

Hay intereses en juego, claro, como sucede en todas las iniciativas económicas y sociales. Pero son ocho entidades muy diferentes entre ellas que han acordado actuar de forma conjunta para activar y desarrollar debates de ciudad. Se trata de los jóvenes del Colegio de Abogados de Barcelona, del Círculo de Economía, de Pimec, el Círculo Ecuestre, el Círculo del Liceu, el Colegio de Procuradores, el Colegio de Economistas y el Ateneu Barcelonès. Ya han establecido un primer encuentro y en septiembre iniciarán un ciclo con varias propuestas sobre la mesa.

Uno de los primeros atañe a la cuestión estrictamente profesional, pero que ilustra una preocupación más general. Los jóvenes profesionales de la ciudad piden paso, buscar cómo mejorar e intensificar el relevo generacional en las empresas, cómo cambiar la cultura empresarial que, hasta ahora, entiende que el mejor es aquel que dedica todas las horas del mundo a la actividad profesional, sin espacio para nada más. Pero también se apuesta por mejorar algunas cuestiones que se consideran básicas para el futuro de Barcelona. Una de ellas es la vivienda. El acceso a una vivienda, de alquiler o de propiedad, se ha convertido en algo inaccesible para los más jóvenes. Ello abre un debate sobre el tipo de ciudad que se desea, con una oferta centrada en satisfacer el turismo, o a los profesionales internacionales que, con muy buenos sueldos, se plantean vivir en Barcelona sólo por unos meses.

La entidad también reclama políticas activas para retener talento local y para lograr talento internacional que apueste a largo plazo por Barcelona, y no únicamente por un corto periodo de tiempo. En conjunto, sin embargo, el fondo del asunto es provocar un cambio cultural, para que Barcelona afronte una renovación de las cúpulas que toman decisiones. Y, al mismo tiempo, se busca una “cooperación” entre instituciones históricas que pueden convertirse, actuando en una misma dirección, en una plataforma de impulso de la ciudad que aleje cualquier idea de decadencia o de parálisis.

¿Se podrá hablar que esos profesionales jóvenes –o no tanto, si bordean ya los cuarenta años o los superan—lo que piden es acceder a parcelas de poder reales? Sí, como sucede en todas las instituciones con personal veterano. Pero hay mucho más en esa iniciativa: la idea de que sólo las operaciones transversales acaban teniendo éxito. La ciudad de Barcelona es la prueba más evidente: cuando se quiso trabajar conjuntamente, entre administraciones y la pluralidad del sector privado, la ciudad se proyectó en el ámbito internacional y creció como nunca lo había hecho. Barcelona, la de hoy, todavía le debe mucho a los Juegos Olímpicos de 1992, al esfuerzo colectivo que los hizo posibles. Y a la inercia posterior, que se mantuvo en tanto se comprobó el éxito de la iniciativa.

Abogados, procuradores, economistas, activistas culturales, --aunque la mayoría de hombres en la entidad debe llevar a la reflexión— buscan cómo mejorar la ciudad. Y eso es una buena noticia, porque es la sociedad civil la que debe –también— movilizarse, y no sólo el poder público.